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De Amores Perros

  • Foto del escritor: Interlatencias
    Interlatencias
  • 29 ago 2021
  • 4 Min. de lectura

Por: Susana Pedroza




Tras unos segundos con la pantalla a oscuras, las líneas divisorias de los carriles en el asfalto hacen su aparición en una escena de persecución. Dos jóvenes a toda velocidad se alejan en un carro de una camioneta a través el tráfico de la Ciudad de México. Un perro desangrándose en el sillón trasero de un Dodge Dart negro es la excusa que fusiona la desesperación y los gritos de angustia de los jóvenes por evitar una colisión. Así comienza Amores Perros de Alejandro Gonzáles Iñarritu, cinta estrenada en el año dos mil, escrita por Guillermo Arriaga, se consagraría como una de las películas más importantes del nuevo cine mexicano. En ella, tres historias de parejas distintas que se relacionan entre sí deambulan sobre las locaciones y diferentes contextos que se viven a diario sobre una ciudad de variabilidad efervescente.


Durante las tres historias, somos testigos sobre las aficiones, sueños y frustraciones de los personajes. Las condiciones del panorama social también son criticadas en cuanto a la normalización de la violencia, aunada a la desigualdad social y a su omisión por parte de la población. La cinta, por su nombre, se relaciona con la figura mexicana sobre la expresión “perro”, sinónimo de adjetivos como chingón (en sus variables), difícil, recio, así como una expresión de desprecio; cuyo significado variable también radica en la fidelidad, sinceridad e incondicionalidad que usualmente estos animales demuestran. Para esto, cada uno de nuestros personajes se encuentran junto con los perros. Y como portando un impermeable, por fuera, los personajes conservan su racionalidad, por dentro, su animalidad. Cada personaje, como perro, cuenta con su identidad en la relación de dueño-mascota, que metaforiza a las relaciones humanas con el síntoma de encontrarse a sí mismo. Y que finalmente sugiere domesticarlo para su supervivencia a la crueldad y el azar en la vida.





Para Amores Perros, el espacio de la domesticación interfiere en su razón. De este modo, como a los animales, se vale principalmente de condicionarlos a seguir órdenes y darles un hogar. Se sigue la razón de darle un nombre posterior a la adopción del animal o al amado y con esto brindarle una identidad, un origen consciente al cual pertenece. En segundo espacio, el cultivar al amado. Este segundo paso consistiría en apoyarlo a sanar alguna enfermedad, identificando sus dolencias con paciencia sobre las relaciones que se basan en el tiempo. Como último paso, el darle un hogar al amado relaciona la aceptación a la que se encuentra adherido el dueño sobre el animal. Una introducción a su vida. Darle un hogar implica ceder un espacio de la intimidad para que, en compromisos, surjan los valores primeramente mencionados: la fidelidad, sinceridad e incondicionalidad.


Los perros surgen como un símbolo de la identidad propia. En este caso, perros en distinto contexto en el que se desarrollan, en diferente clase social que enfrentan distinta clase de problemáticas. Con Octavio (Gael García Bernal), por consecuencia de un acto violento, su identidad herida se ve forzada a cambiar. Con Valeria (Goya Toledo) sigue en proceso la violencia, pretendiendo reencontrarse a pesar de las dificultades y aceptar la vulnerabilidad de su animalidad. Finalmente, con El Chivo, se adopta una nueva animalidad, se apropia de ella, sobrepasa el cambio para con las relaciones personales que mantiene y surge un espíritu de superación. Apoya la razón de que cada relación necesita cuajar con su debido tiempo, de acuerdo con los compromisos del cuidador y el cuidado. Apoya a la animalidad como símbolo de su libertad. La misma aspiración a la animalidad, de escapar de la racionalidad, como las obligaciones del mundo humano.





La línea temporal de la nominada al Óscar en 2001 se desarrolla en un plano de dañar, cuidar, sanar. La supervivencia en modo stand-by para los sentimientos impulsivos, el amor, la ira y la tristeza. Ver el mundo derrumbarse a su alrededor y escoger rendirse o sostenerse de la forma en la que se ha hecho. La sangre caliente brota en una fotografía de colorimetría fría a cargo de Rodrigo Prieto, que entre planos de contrapicada y reflejos, demuestra la añoranza a una vida resuelta. Busca la confusión del espectador con la estabilidad de los planos entre la pregunta de la cinta: ¿Todavía no lo entiendes?


Amores Perros, explota alrededor del deseo y la impulsividad; enmascara los temores del pasado y las viejas identidades para sobresalir en la fidelidad a la casualidad de la vida, cuestión única a la que nos encontramos sujetos. La banda sonora de Amores Perros compuesta por Gustavo Santaolalla y canciones de artistas como Nacha Pop, Control Machete, Ely Guerra, Café Tacvba, Celia Cruz y Julieta Venegas, entre otros, adereza la casualidad constante en la cinta. Muestra la vida como un espacio en el que, concentrados por dar el máximo de nuestras expectativas, se generan la violencia y olvido. Y entre sudor, fluidos y sangre, los personajes escurridizos se deslizan entre relaciones en cuerpo sin conciencia, vulnerables a ser descubiertos en sus añoranzas y expectativas.




 

Interlatencias Revista

agosto 2021

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