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De La Sumisión A La Transgresión: La Mujer En La Última Niebla

Ensayo Interlatente de Aranza Hernández
 
Maria Luisa Bombal

 

María Luisa Bombal se erige como una de las autoras más importantes de la narrativa latinoamericana del siglo XX. Su escritura se alejó de los paradigmas establecidos, para representar, en su lugar, el papel de la mujer en la sociedad y los conflictos a los que se enfrentaba. En su narrativa puede encontrarse una fuerte introspección por parte de los personajes, una mirada subjetiva que expresa los sentimientos y emociones más íntimos de sus protagonistas: mujeres en busca de su identidad, felicidad y libertad. En este sentido, el presente ensayo busca analizar una de sus obras más importantes: La última niebla (1941), una obra que persigue el encuentro de la mujer consigo misma, con su esencia y su valor.


Dado que el elemento central del estudio será la construcción de la figura femenina, así como su desarrollo a lo largo de la historia, el análisis se dividirá en dos partes. En primer lugar, se examinarán los rasgos que mantienen a la protagonista sujeta a las normas del patriarcado y la conservan como un ser alienado. En segundo lugar, se mostrará cómo la experiencia amorosa y sexual con su amante imaginario logra una transformación en ella, liberándose de la sociedad patriarcal que oprime su esencia, pues es durante esta vivencia que ella tomará conciencia de su posición como ser subordinado.


En este contexto, la obra presenta una narración dividida, temáticamente, en dos partes: la mujer sujeta al patriarcado y, por otro lado, su transgresión de ese sistema. Esto sucede porque la femineidad se inserta en “dos espacios antagónicos: el espacio convencional de lo simbólico patriarcal que reprime y relega lo femenino al término devaluado de sus oposiciones binarias, y el espacio transgresor del deseo que, en su calidad significante, otorga un sentido a la subjetividad de la mujer” (Guerra, 2012, p. 72). Es decir, la protagonista mantiene una lucha constante entre cumplir o no cumplir los deberes que le dicta el espacio patriarcal, aunque en el fondo comprenda sus anhelos, aspiraciones y deseos.


El primero y más importante de sus deberes resulta ser el matrimonio, pues dentro de la historia, “para una muchacha es una humillación que nadie la pretenda: con objeto de escapar a esa humillación, se casa a menudo con el primero que llega (…) tienen prisa por casarse, porque el matrimonio les asegurará más libertad” (Beauvoir, s.a., p. 211). La protagonista, al tener que obedecer esta norma, no encuentra otra salida más que casarse con su primo, Daniel, al que ni siquiera ama y el que le recuerda la supremacía que posee por haberla salvado de la terrible soltería: 


—¿Sabes que has tenido una gran suerte al casarte conmigo?

—Sí. Lo sé—replico cayéndome de sueño.

—¿Te hubiera gustado ser una solterona arrugada, que teje para los pobres de la hacienda?

Me encojo de hombros

—Ese es el porvenir que aguarda a tus hermanas. . .

Permanezco muda. (Bombal, 1941, p. 35)


Así, la mujer se encuentra luchando constantemente por no perder su verdadera identidad, sin embargo, parece estar condenada al sufrimiento y la cotidianidad. Daniel le ofrece un modo de vida en el que debe tener un papel pasivo, sumiso y obediente, pero, sobre todo, donde debe ser una copia fiel de la fallecida esposa de su marido. Sobre la protagonista, que, además, no posee un nombre, recae un peso muy difícil de soportar, pues tiene que vivir bajo la sombra de una dama que Daniel pretende resucitar a toda costa, sin importar el daño que pueda causar. Se evidencia, entonces, que “la protagonista nunca podrá ser ella misma, sino que deberá imitar ‘en todo’ [a la difunta esposa] pues según él ‘era una mujer perfecta’” (Gálvez Lira, 1988, p. 61). 


Daniel la obliga a despojarse de su identidad para tomar otra que no le corresponde y que ella ni siquiera desea ser; no desea suplir ni llenar el vacío del hombre. Entre los hechos que más quebrantan su identidad se encuentra su imagen física, específicamente la presentación de su cabello. Inicialmente, la protagonista lleva el cabello suelto, casi hasta tocar su hombro, sin embargo, los deseos de Daniel la obligan a llevarlo recogido, trenzado. La trenza tan pesada se convierte, entonces, “en metáfora de la situación relegada de la protagonista por estar obligada a imitar otro modelo de mujer” (Casas Aguilar, 2018, p. 440). 


El cabello va a metaforizar “la realidad interior de la protagonista, su muerte en vida (…) Toma un valor tanto en lo objetivo, la visión ocular, como en lo subjetivo, el sentimiento de infelicidad” (Casas Aguilar, 2018, p. 440), como lo podemos leer a continuación:

Me miro al espejo atentamente y compruebo angustiada que mis cabellos han perdido ese leve tinte rojo que les comunicaba un extraño fulgor cuando sacudía la cabeza. Mis cabellos se han oscurecido. Van a oscurecerse cada día más. Y antes que pierdan su brillo y su violencia, no habrá nadie que diga que tengo lindo pelo. (p. 40)


Aunado a ello, la mujer también acepta el trabajo doméstico y se compromete a los “deberes” que le corresponden como esposa, pero, en realidad, el matrimonio no hará más que suprimirla en “el seno de la inmanencia y la repetición” (Beauvoir, s.a., p. 226). “Una dorada mediocridad, sin ambición ni pasión, días que no llevan a ninguna parte y que recomienzan indefinidamente una vida que se desliza suavemente hacia la muerte” (Beauvoir, s.a., p. 226). Ella lo sabe, en el matrimonio no encuentra ni encontrará más que cotidianidad, las mismas actividades que la obligación de esposa le demanda cumplir, deberes que la van debilitando, como lo menciona: 


Mañana volveremos al campo. Pasado mañana iré a oír misa al pueblo, con mi suegra. Luego, durante el almuerzo, Daniel nos hablará de los trabajos de la hacienda. En seguida visitaré el invernáculo, la pajarera, el huerto (…) A mi alrededor, un silencio indicará muy pronto que se ha agotado todo tema de conversación y Daniel ajustará ruidosamente las barras contra las puertas. Luego nos iremos a dormir. Y pasado mañana será lo mismo, y dentro de un año, y dentro de diez; y será lo mismo hasta que la vejez me arrebate todo derecho a amar y a desear, y hasta que mi cuerpo se marchite y mi cara se aje y tenga vergüenza de mostrarme sin artificios a la luz del sol. (p. 47)



Lo mismo sucede en los momentos íntimos, pues ella busca “en el matrimonio una expansión, una confirmación de su existencia, pero no el derecho mismo de existir” (Beauvoir, s.a., p. 208). Daniel, por su parte, deja en claro que no desea a su mujer. De esta forma, se puntualiza la superioridad del hombre “que no necesita nada de un subalterno, en este caso de su esposa (…) no busca un acercamiento sexual, muestra signos de que se ha casado porque debía hacerlo, muy posiblemente porque es algo que el hombre debe hacer” (Sierra Winter, 2017, p. 74).


Dado lo anterior, “cada día de la rutina hogareña no es sino frustración, búsqueda insatisfecha del amor en una sociedad que ha aniquilado sistemáticamente los impulsos sexuales de la mujer para reafirmar el principio de la propiedad y la instauración del núcleo familiar” (Guerra, 1985, p. 96). Estas circunstancias, llevan a la mujer a cuestionar su lugar en el matrimonio, además de los pensamientos patriarcales que posee su memoria. De hecho, es con la visita de Felipe y su cuñada, Regina, que la protagonista refuerza la meditación de su existencia, especialmente gracias a las actitudes y acciones de Regina, ya que, a diferencia del personaje principal, ella se muestra distante de algunos estereotipos impuestos. Por ejemplo, transgrede el matrimonio al tener un amante y al revelarse ante las acciones de su marido, como menciona la narradora: “Regina se levanta contrariada. Durante el almuerzo no cesa de protestar ásperamente contra los caprichos intempestivos de nuestros maridos” (p. 42). 


De este modo, la protagonista “adquiere autoconciencia de su situación cuando se compara con Regina (…) vigorosa, amada y deseada, que se opone a las normas impuestas (…) es aquí donde emerge la necesidad de desenterrar su visión interna de sí misma” (Lobos Quiero, 2017, p. 22). Además, “[...] la proximidad del amante de Regina y la belleza de ésta, se convierten en un resorte secreto para la ilusión de amar.” (Sánchez Valdez, 2018, p. 68), de ser amada y de conocerse a sí misma. Estas ideas permean en ella hasta convertirla en una mujer distinta, consciente de su cuerpo, de sus deseos y necesidades, de la felicidad que merece. Cabe señalar que la transformación de la protagonista comienza con el reconocimiento de su cuerpo, cuando está en el estanque:


Entonces me quito las ropas, todas, hasta que mi carne se tiñe del mismo resplandor que flota entre los árboles. Y así, desnuda y dorada, me sumerjo en el estanque. No me sabía tan blanca y tan hermosa. El agua alarga mis formas, que toman proporciones irreales. Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro. Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas sobre el agua. Me voy enterrando hasta la rodilla en una espesa arena de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y penetran. Como brazos de seda, las plantas acuáticas me enlazan el torso con sus largas raíces. Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento fresco del agua. (pp. 41-42)


“La sensualidad de esta escena reside en las sensaciones de la piel y apunta hacia la sublimación de lo erótico y el retorno a una vitalidad tronchada en la institución del matrimonio” (Guerra, 2012, p. 64). La naturaleza le ayuda a reconocerse, parece que se funde con ella, toca su cuerpo, lo reconoce y, a su vez, se reconoce a sí misma, a su propio placer; así va descubriendo su deseo y su sensibilidad. “En la naturaleza transgrede su propia esencia para adquirir esta libertad que le facilita la comprensión de fenómenos y le abre esta conciencia naturista, compartiendo un espacio lleno de espiritualidad y misticismo, brindándole lo necesario para subsistir en el mundo patriarcal” (Lobos Quiero, 2017, p. 20). 


No obstante, el momento más significativo para autodescubrirse es cuando encuentra a un ser desconocido (de aspecto sobrenatural) que la lleva a sentirse mujer, a recobrar su existencia, la que se había apagado bajo la sombra de una esposa muerta y un marido frío. Aquel hombre la contempla, la hace sentir deseada y, entonces, ella redescubre, como en el estanque, que su cuerpo “no es un fenómeno estático ni autoidéntico, sino un modo de intencionalidad, una fuerza direccional y un modo de deseo” (Butler, 2015, p. 294), como lo menciona: “Anudo mis brazos tras la nuca, trenzo y destrenzo las piernas y cada gesto me trae consigo un placer intenso y completo, como si, por fin, tuvieran una razón de ser mis brazos y mi cuello y mis piernas” (p. 50).


El amante, deseado y soñado por la mujer, es un ser capaz de comprender “la mentalidad femenina y de captar sus deseos y necesidades. Más aún, el amante le ha dado dignidad humana, elevándola de su calidad de objeto, puesto que la entrega a él —en contraposición a la de su marido— no ha implicado rebajamiento” (Gálvez Lira, 1988, pp. 72-73), sino una exaltación de su cuerpo. No la ha absorbido el poder masculino, al contrario, el momento sexual le ha otorgado un placer individualizado, la singularidad de su propio deseo: 


Su cuerpo me cubre como una grande ola hirviente, me acaricia, me quema, me penetra, me envuelve, me arrastra desfallecida. A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué empiezo a quejarme, y no sé por qué me es dulce quejarme, y dulce a mi cuerpo el cansancio infligido por la preciosa carga que pesa entre mis muslos. (p. 51)


A pesar de que los amantes no volverán a encontrarse ni a tener un encuentro sexual nuevamente, esa relación ha logrado transformar a la protagonista. Renace fuera de los paradigmas de la sociedad patriarcal; es un ser que ahora rechaza “las normas de vida que se han introducido en el mundo” (Beauvoir, s.a., p. 215). El recuerdo de su verdadero amor es el motor que la alienta día tras día, que la mantiene en un espacio de ensoñación en contraste con el tedio del hogar: 


¡Qué importa que mi cuerpo se marchite, si conoció el amor! Y qué importa que los años pasen, todos iguales. Yo tuve una hermosa aventura, una vez... Tan sólo con un recuerdo se puede soportar una larga vida de tedio. Y hasta repetir, día a día, sin cansancio, los mezquinos gestos cotidianos. (p. 53)


Finalmente, reconoce su cuerpo y experimenta un placer propio que le ayuda a continuar viviendo. Por desgracia, el amante imaginario no puede difuminar la realidad para siempre. La esposa debe volver al lado del marido ausente e indiferente, aunque mantiene viva la esperanza de volver a encontrarse con su amado: “Mi amor por ‘él’ es tan grande que está por encima del dolor de la ausencia. Me basta saber que existe, que siente y recuerda en algún rincón del mundo” (p. 55). No obstante, no hay que dejar de lado que este deseo por estar con el amante, paradójicamente, también la vuelve “víctima de una sentimentalidad que hace de ella una persona frágil para quien el amor es sinónimo de sentimiento exaltado” (Guerra, 1985, p. 99) y que, a su vez, identifica su sufrir con la pesadumbre que vive Regina con su amante.


En síntesis, la creación imaginaria del amante se convierte en un impulso para que la protagonista pueda reconocer otra parte de ella que el matrimonio había sucumbido radicalmente; la participación de Regina, sin lugar a duda, es importante para que analice su situación y se atreva a seguir sus impulsos y necesidades. Con la ensoñación corrompe los límites que se le han impuesto, ahora ve realizada su verdadera naturaleza de mujer; ama y disfruta la aventura que la ha transformado en transgresora, lejos de la sumisión. 



 
Referencias

  • Bombal, M. L. (1941). La última niebla. Nascimento.

  • Butler, J. (2015). Variaciones sobre sexo y género: Beauvoir, Witting y Foucault. En M. Lamas (comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual. Bonilla Artigas Editores / UNAM.

  • Casas Aguilar, A. (2018). El simbolismo del cabello en la obra de María Luisa Bombal. BHS, (95), pp. 435-450.

  • De Beauvoir, S. (s.a). El segundo sexo. Siglo Veinte.

  • Gálvez Lira, G. (1988). María Luisa Bombal, realidad y fantasía. Hispamérica: Revista de literatura, (51), pp. 108-111.

  • Guerra, L. (1985). Visión de lo femenino en la obra de María Luisa Bombal: Una dualidad contradictoria del ser y el deber-ser. Revista Chilena De Literatura, (25), 87-99.

  • Guerra, L. (2012). Ensueño y enajenación en La última niebla. Mujer, cuerpo y escritura en la narrativa de María Luisa Bombal (pp. 59-77). Ediciones UC.

  • Lobos Quiero, P. (2017). El despertar de la conciencia femenina y ecológica en La última niebla de María Luisa Bombal [Tesis de licenciatura]. Universidad Stockholms.

  • Sánchez Valdez, A. R. (2018). Configuración poética de La última niebla de María Luisa Bombal: un análisis desde lo onírico y lo simbólico [Tesis de maestría]. Universidad Autónoma del Estado de México.

  • Sierra Winter, A. R. (2017). La masculinidad en cuatro obras de María Luisa Bombal [Tesis de licenciatura]. Universidad de San Carlos de Guatemala.


 

Aranza Hernández 

(Hidalgo, México, 2000)

Es licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana; diplomada en literatura latinoamericana contemporánea por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y profesora a nivel medio superior. Ha participado en distintos congresos de didáctica y literatura. Asimismo, ha colaborado en diferentes revistas con textos afines a su área de estudio. Desarrolla, de manera independiente, talleres de lectura y redacción, además de encuentros de escritura creativa para niños y jóvenes.


 

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julio 2024


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