Crítica Interlatente de Abraham Arellano
El término “estilo” ha encontrado un nuevo significado entre los círculos cinéfilos. La imagen es el estandarte que se enarbola cuando se habla del estilo de tal o cual director. La preocupación por la imagen no ha volcado hacia lo que muestra y lo que omite; no ha volcado hacia la importancia de la posición de la cámara y el discurso que el autor construye a través de ella; la imagen ha encontrado su importancia por la belleza, pero no la derivada de todos estos y otros elementos que componen un encuadre, sino por su belleza plástica, su belleza retinal, que embelesa los sentidos de manera directa.
Es por ello que recientemente, con la popularización de la implementación de la Inteligencia Artificial como artilugio tecnológico, la proliferación de las imitaciones “cinematográficas” se ha convertido en un común dentro del ámbito del entretenimiento. No digamos cinematográfico, porque para determinar que algo es o no lo es, tendríamos que tener en cuenta demás elementos que componen la categoría “cinematográfico” —empezando por el manejo del espacio tiempo—,no obstante, para los menos clavados en los aspectos primarios que componen el séptimo arte, ver animaciones generadas por IA basadas en estilos y/o autores significa una fantasía cumplida; imaginar Bastardos Sin Gloria al estilo ghibli, o El Señor de los Anillos al estilo Wes Anderson son solo unos de los muchos plagios que la comunidad ha creado sin parar a pensar qué compone el estilo de los artistas u obras que están mimetizando.
Es precisamente Wes Anderson el que más se ha visto involucrado en este tipo de ejercicios picarescos, y esto deriva de un simple hecho: la composición de sus encuadres. Para la IA —y para muchos otros entes de carne y hueso—, el estilo del autor norteamericano radica en la exquisita simetría de sus encuadres, como si el cine fuera imagen estática. Quizás esta sea una de las razones por las cuales sus más recientes cintas se han visto permeadas de una experimentación dentro de su narrativa más allá de una apuesta visual. Este es el caso de Asteroid City, el más reciente largometraje del director de Moonrise Kingdom, Rushmore y El Gran Hotel Budapest.
En esta historia, a grandes rasgos, encontramos tres niveles de narrativa, los cuales son el experimento de Anderson:
Uno: la historia del Presentador, interpretado por Bryan Cranston, que relata la vida de Conrad Earp, un dramaturgo que escribe una obra titulada Asteroid City; Dos: la obra interpretada por una compañía teatral a manos de Schubert Green; y Tres: el conjunto del nivel uno y dos, que es la Asteroid City dirigida por Wes Anderson.
De esta manera crea un canal de comunicación entre la obra y el receptor. Juega con la forma clásica de contar una historia. Ya lo planteaba desde el inicio de su metraje al dejar en claro que la obra (Asteroid City) es una ficción y que no existe, sino que es “un drama imaginario creado expresamente para esta emisión”; Cranston funge de cierta manera como el narrador que quiere ser Wes Anderson. Pero no solo es el personaje del Presentador, sino también Conrad Earp (Edward Norton), quienes sirven para el director como avatares narrativos de su ficción barroca.
Como bien menciona el personaje del Presentador, presenciamos la creación de una obra de principio a fin; pasamos por la conceptualización, la escritura, reescritura y demás tediosos etcéteras al ver la vida de Conrad Earp. Cuando éste empieza a leer las acotaciones de su obra nos hace partícipes de una lectura de guion para después entrar de lleno a la puesta en escena de Anderson; los créditos de la ficción no llegan hasta que Conrad termina de enunciar el plató para que lo conozcamos a vivo detalle como si de la obra de teatro se tratase (que lo es). A partir de esto la historia avanza sin más complejidades por varios minutos. Se conoce a la familia de Augie Steenbeck junto con el elenco que complementa y crea el pueblo. Entendemos el por qué todos se encuentran en ese lugar y poco a poco vemos los lazos que se van hilando en este microcosmos delimitado por el vasto desierto.
Esta vida de colores pastel se ve interrumpida nuevamente por el Presentador, el cual narra lo acontecido fuera del nivel dos de la historia. Nos lleva tras bambalinas de la obra de Conrad Earp y Schubert Green. Es a través de estas interrupciones que Anderson va jugando con la delgada línea entre la realidad y la ficción hasta tal punto que llega a desdibujarla con la intromisión de Cranston en el pueblo. Poco a poco la cinta se va fundiendo entre fragmentos blanco y negro y los colores pastel, creando cierta confusión a primera vista. Sin embargo, solo es Anderson jugando con la estructura y el cine a través del montaje. “Sigo sin entender la obra”, reza el personaje del actor que da vida a Augie, como si fuéramos nosotros. “No importa, solo sigue contando la historia”, es la respuesta de Schubert Green, que en ese momento no es más que Anderson hablándole a su audiencia, la cual sabe puede estar confundida para este momento. Al tener una cultura cinematográfica cimentada en lo que Hollywood determina, el ser humano busca la lógica en lo que ve. A pesar de existir diferentes formas de hacer cine —como el experimental, el cual no busca la lógica—, estamos preconcebidos a que nos expliquen todo y dejar que digieran las películas por nosotros. Al no ceder explicaciones, el director estadounidense hace que el espectador se vuelva agente activo, y no pasivo, de lo que ve. Dialoga y no solo observa. Resignifica en vez de dimitir la responsabilidad de mirar cine.
Además, aunque no pareciera, Asteroid City esconde entre la bruma de sus colores una síntesis de la cultura estadounidense: el ejército como pilar de la comunidad, la ciencia al servicio del estado, los inventos en beneficio de la armada y como posible arma capitalista, todo esto escenificado con un pastiche de personajes que encierran los arquetípicos clichés americanos: el vaquero del viejo oeste, el envejecido millonario, el patriótico militar, la actriz consagrada y problemática, entre otros. Ahora, más que nunca, está justificada la extrema teatralidad presente en la filmografía del autor estadounidense: los actores, en sí, están representando una obra de teatro. Es este acartonamiento en las actuaciones otro de los elementos estilísticos de Anderson. Y si bien el teatro no es exageración, para Anderson es un elemento en su estilo para crear comedia con elementos cotidianos, sin dejar a un lado el poder de los sentimientos que puede construir con situaciones hilarantes. Un ejemplo es el personaje de Clifford; atado a situaciones cómicas derivadas de un gag recurrente (retarlo a hacer cosas), el humor dicta que debes de repetir la situación para que se lea como chiste. La comedia da un vuelco al drama cuando explica la razón de su necedad por ser retado: para que alguien note su existencia. A pesar de los colores bonitos, encuadres delicados y personajes pintorescamente estoicos, para Wes Anderson se le facilita el meter situaciones existenciales en una película aparentemente relajada.
Volviendo a la estructura narrativa de la cinta, la supuesta complejidad de la narración es solo un experimento para innovar en los tópicos recientes del director: la familia, el amor y los sentimientos que nos hacen humanos. La forma en la que aborda Asteroid City es parecida con la de La Maravillosa Historia de Henry Sugar y The French Dispatch, que coquetean con la intertextualidad del arte y cómo el cine bebe de varios manantiales, teniendo al teatro y a la literatura como principales focos de atención para gran parte de su quehacer artístico. Con su narrativa, intenta afrontar su cine, su propio quehacer, y la forma superficial en la que la industria y sus consumidores han encasillado su obra.
—Sigo sin entender la obra
—No importa, solo sigue contando la historia.
Los diálogos retumban cuando se piensa y re-piensa el más reciente trabajo del afamado Wes Anderson. Sin aparentarlo y jactarse de grandilocuencia, es una obra compleja dentro de la filmografía de su autor. Su estilo visual, que, claramente apreciable y existente, se mezcla con un estilo narrativo que poco a poco juega con el orden cronológico, el montaje y la misma puesta en escena. Por ello es absurdo minimizar lo que es un estilo basándose solamente en lo que a primer ojo entra. La imagen es replicable, como los robots de Blade Runner. A simple vista la carne y el hueso (imagen) puede ser repetible, pero es la esencia del individuo la que hace irrepetible su trabajo. Es su espíritu el que habla por la persona. Solo hasta que la IA alcance el grado de complejidad emocional mostrado por los androides en la cinta de Scott podremos comenzar a dialogar su papel dentro del rubro artístico. Hasta entonces no queda más que tener en cuenta que el estilo es el espíritu, y el espíritu es irrepetible. Es por ello que Asteroid City habla de un espíritu curioso que no se ata a cánones, ni siquiera a los autoimpuestos.
Interlatencias Revista
julio 2024
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