El rostro ajeno de Hiroshi Teshigahara (1966)
- Interlatencias
- 19 may 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 30 mar 2023
Crítica Interlatente de Anaidd Villemiére

Tratamos de leer a las personas basándonos en su apariencia, nos hablan sus arrugas, cicatrices y los gestos que se enmarcan en los rostros cuando esbozan emociones, pero, ¿dónde reside su identidad y su esencia? ¿en su aspecto? ¿si la piel se desprende se lleva con ella las vivencias? En el mundo dominan las apariencias y perderlas conlleva una despersonalización, vivimos con miedo a envejecer, buscamos constantemente la aprobación de los demás, nos adecuamos a los cánones sociales y ocultamos nuestro verdadero yo, ya sea para protegernos o para despistar. La disección de la identidad lleva a dilemas más profundos y existencialistas; es de Japón de donde viene un proverbio sobre nuestras tres caras: la que presentamos ante el mundo, ante nuestros cercanos y la que solo vemos nosotros mismos.
Hiroshi Teshigarahara, de la mano del escritor y guionista Kobo Abe, nos hablan de la crisis de identidad, de la otredad y el solipsismo de un hombre que ha quedado desfigurado en un accidente laboral y se esconde tras los vendajes antes de obtener un nuevo rostro que le permita reintegrarse cómodamente a la sociedad. La prótesis también exacerba sus dilemas morales a la par que sirve de disfraz para experimentar en dichos dilemas mediante repeticiones como alegoría a la doble vida y curiosidad a la consecuente reacción de su alrededor; ya que el mundo te trata como te ve y el hombre desfigurado lo sabe mejor que nadie. La cinta parece un sueño inmerso en una teatralidad onírica que nos muestra la metamorfósis física y mental, mientras se develan las delgadas capas de realidad en una narrativa fragmentada que nos muestra lo que se es y lo que se deja de ser.
El filme porta como protagonista a Okuyama, el hombre desfigurado interpretado por el mítico Tatsuya Nakadai, peso principal de la cinta, en una actuación brillante y disociada de su propia faz; junto con el enigmático psiquiatra, un hombre sardónico, que se muestra como amigo, juez y conciencia (Mikijiro Hira) y su esposa (Machiko Kyo) con quien iniciará un juego psicológico delirante para tratar de seducirla con una nueva identidad y perversamente probar la veracidad de sus sentimientos.
Escondido entre una realidad asfixiante que es constantemente cuestionada donde el desasosiego inunda cada rincón, pues todo lo que creía únicamente son retazos de recuerdos que se refugian en lo más profundo de la psique de un hombre que lucha contra los prejuicios propios y los de la sociedad que lo percibe como un discapacitado, incluso como un monstruo y como tal, domina entre las sombras convencido de su propio desvanecimiento. Su historia se contrapone a la de una joven que al igual que él tiene una desfiguración, pero ella la acepta y decide no darle tanto peso como una crítica del director hacia los delirios y vanidades de su personaje, aunque no por ello con finales más alentadores, pero si con actitudes abismalmente diferentes a una realidad que se mimetiza
Se dice que cuando alguien habla diferentes idiomas cambia un poco su personalidad, una cara sintética puede dar rienda suelta a otra persona, quizás a la que nunca se atrevió a ser ahora con la impunidad de un rostro que no le pertenece y sin atavíos éticos. ¿Acaso es que aquella mascara tiene su propia identidad que se va desplegando y dominando a nuestro protagonista?
La película El Rostro Ajeno es meticulosa, llena de simbolismos, tintes psicológicos, filosóficos y surrealistas. Para Descartes el sujeto podía quedar reducido a una sustancia: sin el cuerpo puedo ser o existir, pero para Okuyama se ha vuelto ajeno a sí mismo y se encuentra perdido al descarnarse su piel, este desgajamiento inteligible es brillantemente retratado en los claroscuros de la fotografía de Hiroshi Segawa.
La identidad es una construcción social determinada por las condiciones socioculturales de nuestro contexto, antes de tener conciencia de ello ya tenemos un nombre, una nacionalidad, una religión, entonces, en el Japón de la postguerra es lógico que cuestione ¿quién soy yo?, y ¿quién es el otro? La literatura de Kobo Abe, guionista de la cinta y escritor del libro en el que se basa, nos dice que sí, hay una pérdida de la individualidad y una crisis después de los conflictos bélicos, no es casualidad las tonadas alemanas que evocan a los fantasmas de los traumas pasados. La música a cargo de Toru Takemitsu constituida por sonidos atonales y vals mantienen arraigada esa presencia que a su vez es una metáfora de ese ritmo oscilante y sofocante que vive quien se desprende de sí mismo y es uno de los tantos dualismos en reflejo a la contraposición y lucha ideológica de Okuyama.
¿Hasta qué punto construye la apariencia nuestra identidad? ¿Lo que ves en el espejo eres realmente tú? ¿Una máscara puede dejar respirar a su verdadero yo?
Al final todos usamos máscaras, solamente mostramos determinadas cosas y ocultamos otras en las sombras de las apariencias y tal como dice la cinta: algunas pueden quitarse y otras no. El metraje hace alarde de las máscaras que empleamos en las relaciones sociales, de los miedos que habitan bajo la piel y que es ser alguien. Nosotros mismos nunca hemos visto nuestro rostro, solo fotografías y reflejos que constituyen la apariencia que aceptamos como propia, es la sociedad quien nos ve e interactúa y nos devuelve gestos dependiendo que tan cómodos se sientan. Hoy en día podemos perdernos en la masa, en la infinidad del internet y las sombras de ficción, desconexión y anonimato que nos permite el mundo virtual. La cinta invita al espectador a formar sus propias reflexiones sobre su identidad y autopercepción y muchos dilemas más.
Interlatencias Revista
abril 2022
Comments