Ensayos breves
- Interlatencias
- 29 ago 2021
- 4 Min. de lectura
Por: Héctor Martínez
La peste que siento
Ya lo decía Albert Camus en su imprescindible novela la Peste: “Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”. Que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. Y que en las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad.
La vida diaria nos mostraba el rostro de un mundo triste y con pocas ilusiones, un mundo apagado y consumido por las tinieblas. Un lugar casi lleno de miseria, parecía que lo ordinario no había tocado lo más humano: el amor y la amistad, pero la peste nos venido a quitar la posibilidad de amor e incluso de amistad. Nos ha quitado a todos la cercanía con el otro y la relación. Nos ha metido al encierro del yo, del ego y de la comodidad. Nos ha hecho vivir apartados y alejados de la verdadera humanidad.
La peste nos tiene heridos y dormitados, nos tiene sobre las lonas. Los zombis de los juegos que veíamos en las pantallas, ya no son virtuales, ahora son reales. ¡Mírate!
Esta peste nos ha hecho mostrar cuán Iscariotes podemos llegar a ser ante el amigo cercano y el amado. Esta es la grandiosa civilización de la que nos enorgullecemos. El loco Dostoievski en sus Apuntes del Subsuelo sentenciaba: “ustedes dicen que la civilización crea a un hombre más generoso, que la civilización le hace menos cruel y menos sanguinario, pero mirad a vuestro alrededor: la sangre corre a mares, y además de una manera alegre, como si fuera champán”.
Henry Miller por su parte nos recuerda: “estamos en una maquinaria crujiente que va exterminando el sentido de lo humano […] he observado que el deseo de reformar al hombre aleja al hombre de su vecino en lugar de acercarlo. Esto sólo lo hace el confinamiento”.
La peste además, ha abatido a la última peleadora que quedaba en pie: la educación. Esta también ha caído sobre las lonas. A lo lejos se perciben niños llorando y padres desesperados, y ¿los maestros? Ellos sólo observan, se han callado y ya no hay coraje. Han doblado las manos, ellos gozan de la vida pero están muertos. Los que confiaban en que la educación sería la gran flecha que caería en el centro para exterminar la miseria, el desorden y la ignorancia, han fallado. La transformación y el renacimiento humano tendrán que esperar unos siglos más. Se perdió la esperanza en la educación, ella está agonizando. Todo se derrumba y la peste se regocija en su ganancia. Los nuevos paraísos tecnológicos comienzan a comerse al hombre.
Lo único que queda por aguardar es la esperanza, parece ser la única salida ante esta terrible realidad.
¡Que mañana renazca la esperanza y seamos menos crueles, más conscientes y más humanos!
Las obras de caridad
Las obras de caridad son el reflejo de cuan miserables son los seres humanos. Las obras no se realizan por simple azar y por testificar la bondad del ser humano, las obras se realizan por la maldad del hombre.
Ningún ser humano necesitaría de las obras de caridad del otro, si los hombres entendieran que la caridad no hace más que evidenciar el genocidio de su hermano. ¿De qué sirve dar, cuando ya se ha quitado hasta la dignidad? ¿De qué sirve mostrar un rostro benevolente cuando se ha mostrado una actitud bestial? No sirve para nada. Por eso me deshacen el alma todas las obras de caridad y me encienden el espíritu los hombres que se muestran caritativos ante los sobrevivientes ¿O es que acaso se vive en el mundo?
El hombre que realiza obras de caridad es el reflejo antagónico de aquel que recibe. El hombre que pretende elevarse el espíritu con la benévola actitud y la ayuda, eleva sólo su miseria y su bajeza. Por eso las obras de caridad no son más que el desprestigio del hombre sobre el hombre. Las obras de caridad nunca debieron, deben, ni deberían existir, así como tampoco los hombres miserables.
El amor paradójico
Que paradójico se expresa el amor. El amor aparece y desaparece. Se vive, se goza, se siente y se disfruta, pero también se le llora, pelea, mata y hace sufrir. Tanto bien hace a los hombres hablar y sentirlo, pero también hace mucho mal a quien lo padece. ¿Podrá tocarse y sentirse profundamente el amor? ¿Es posible hablar sabiamente sobre el tema?
Tanto se ha banalizado y deshumanizado la palabra amor sentimiento sobre el amor, que pronunciar una reflexión sobre el tema sería hacerlo caer aún más bajo. Para vivir el amor es necesaria la locura, ella nos hace abrirnos a la experiencia trascendental de lo que es el amor. Es en la locura donde el hombre padece esta contradicción de la experiencia del amor. Solo la locura humaniza el amor y quien está loco puede expresar algo de lo que es este extraño sentimiento.
El amor es concepto y experiencia. Ambos comparten un punto central que es lo irracional. Aunque el amor se defina y se conceptualice de tal o cual forma: como el sentir bonito, estar bien conmigo mismo o con mi pareja, recibir caricias, sentir afecto, etcétera; eso no es amor.
El amor es experiencia, pero esa experiencia no son más que momentos placenteros egocéntricos o compartidos, donde nuestros órganos se vuelven sensibles para llevarnos a un momento de alegría y gozo, pero eso no alcanza a descifrar y a develar lo que es el amor.
El amor no se vive ni se piensa pero también todo lo contrario. El amor no se objetiva ni se subjetiva, pero también todo lo contrario. El amor no se guarda ni se comparte, pero también todo lo contrario. En fin, el amor seguirá dando mucho de qué hablar, porque es en sí mismo paradoja.
agosto 2021
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