top of page

La interioridad humana en Teorema de Pier Paolo Pasolini

  • Foto del escritor: Interlatencias
    Interlatencias
  • 18 jul 2023
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 9 mar 2024

Ensayo Interlatente de Abraham Hernández
 

Las palabras son inservibles cuando lo vivido es inabarcable. Quizás esa sea una de las razones por las cuales en Teorema encontramos apenas 923 palabras durante todo el metraje. Así pues, a pesar de bien saber que es un ejercicio un tanto complicado el tratar de traducir al lenguaje de las palabras lo que expresa el lenguaje cinematográfico en la cinta de Pasolini, trataré de, en esta crítica, hablar sobre lo sacro, lo profano y del posicionamiento del yo respecto a la existencia humana, ejemplificada en la temática familiar respecto a la interacción que tiene cada uno de los miembros de la familia con el extraño visitante de su hogar.


La cinta, en su planteamiento de historia, podría considerarse que hasta peca de simple: una familia burguesa es visitada por un extraño, el cual dará un giro de 360 tanto a la dinámica familiar como a nivel personal de cada uno de los integrantes. Sin embargo, esta supuesta banalidad en el argumento se contrapone con la complejísima mano maestra de Pasolini para usar todo un abanico de elementos cinematográficos: montaje paralelo, alternante, elipsis, silencios, música extradiegética, movimientos de cámara, etc. Volviendo al argumento, en una primera lectura pareciera que no pasa gran cosa, que la cinta es superflua en su desarrollo de personajes y situaciones. No obstante, desde la primera mirada también podemos captar que la manera del italiano de transmitir sus ideas a través de la historia y personajes es de una complejidad críptica y abrumadora.


“Y Dios guió a su pueblo a través del desierto”, es uno de los primeros diálogos que aparecen en la película, para después encontrarnos con hipnotizantes imágenes color sepia. Las escenas con este tono cromático servirán como viñetas para presentar a sus personajes: el padre, el hijo, la hija y la madre. No es aleatorio que la fotografía sea de esta forma después de haber escuchado un pasaje bíblico que hace referencia al desierto. Este color Pasolini lo usa para extender el pensamiento de que la sociedad moderna se encuentra atascada en un paraje árido, y que tomando una postura política atendiendo a la escena inicial de la película —el proletariado haciéndose del control de una fábrica— podría entenderse que el desierto también es una aproximación de la burguesía y el sistema capitalista que provoca que los estratos altos prosperen. Por otro lado, el desierto también puede convertirse en un simbolismo del decaimiento humano, del tedio existencial, y del abandono de Dios. Esta idea se afianza al ver la secuencia en tonos sepia donde no se implementa casi ningún sonido. De esta manera, el silencio de la escena significa el silencio de Dios ante el hombre. A este silencio solo se le interrumpe una vez: cuando un mensajero llega con una carta para la familia y su único acompañante es una canción de rock and roll. Esta música sirve como aviso de una irrupción dentro de la trama, y servirá a lo largo de toda la cinta como leitmotiv para acontecimientos trepidatorios en la dinámica de los personajes. La carta que lleva el mensajero solo tiene un mensaje: llego mañana. Es cuando el Extraño llega a la casa burguesa que la escala cromática cambia y vemos todo el espectro de colores. Este cambio coincide con la interacción del Extraño con todos los miembros de la familia.


La figura del Extraño es especial en la cinta. De primera instancia podría parecer exagerado que una simple presencia desencadene una sucesión de eventos cada vez más extraños, sin embargo, cuando se ve a este personaje no como una persona, sino como una representación, es cuando adquiere un nuevo estatus analítico: el Extraño solo es un avatar carnal para hablar de lo divino —o de Dios— dentro de la película. Cada uno de los integrantes tienen interacciones con el Extraño que los hace cuestionar su posición, tanto personal como social. Al mero estilo de una epifanía, cada uno de ellos tendrá que lidiar con el auto descubrimiento de su Yo.


Esta epifanía y descubrimiento despiertan de maneras distintas y en circunstancias puntuales: Emilia, la ayudante doméstica, al sentir un impulso carnal, recurre a las imágenes de los santos para no sucumbir ante lo que la religión y el conservadurismo de la época definen como pecado. Cuando esto no funciona utiliza el trabajo como distractor de la realidad. Sin embargo, al no poder ignorar sus pasiones, termina teniendo relaciones sexuales con el Extraño. Es a través del coito que encuentra la libertad, que en guión y fotográficamente podría ser simplemente sexual, pero que después alcanzará un nivel de libertad mayor al desprenderse de sus ataduras, que son sus patrones, y que al mismo tiempo es la burguesía, para retornar a su pueblo natal.


Por otro lado tenemos a Pietro, el hijo. Esta figura joven que se reconoce y lo reconocen como un macho líder de su grupo social al cual se le empareja a lo heteronomativo. Es cuando conoce al Extraño que su heterosexualidad se pone en tela de juicio para él mismo. De nuevo las pulsiones hacen aparición en los actos de los personajes, siendo al principio suprimidas. Aunado a esto, el hijo supone la

nueva mente de la sociedad, mientras que el extraño hace referencia a lo antiguo, esto mostrándose a través del diseño de producción: el hijo, como decoración de su cama, tiene a su espalda obras de arte pop, mientras que el Extraño tiene en su cabecera una obra más apegada a los cánones artísticos que determinaron la idea del arte.


Después es Lucía, la madre, la que se ve seducida por la figura divina que supone el Extraño, en esta ocasión, sus instintos más primarios no son ignorados, y ella se desnuda ante él, pero esa desnudez no solo es la de la carne, sino la de su persona; se deshace de la máscara.


Al finalizar esta escena sigue una de descubrimiento: Paolo, el padre, despierta por la mañana y es cegado por la luz del sol. Sale al patio y cuando regresa descubre a su hijo y al Extraño compartiendo lecho. La luz, de esta manera, es un símbolo al conocimiento. Es la luz del saber la que ciega a Paolo, por lo cual, al verse afectado por esta conciencia, regresa a la cama con su mujer e intenta tomar posesión de ella para ratificar su poderío en la dinámica familiar. Es esta luz la que lo deja en un estado convaleciente. En la siguiente escena vemos al padre enfermo con su hija dándole cuidado; a nivel de imagen encontramos al padre arropado por las cobijas, pero es en el plano sonoro cuando escuchamos el réquiem —pieza musical ofrendada a los difuntos— de Mozart que podemos concluir que de esta forma se escenifica la muerte del poder que ejercía sobre la familia.


Al sanar gracias a la ayuda de el Extraño, es Odetta, la hija, la siguiente miembro de la familia en experimentar un cambio al interactuar con el extraño. Descubre al hombre más allá de la figura paterna. Lo descubre no como un ser al que darle cuidado y atenciones y que provee de sustento, sino como un complemento a su naturaleza, a un símil.


Para finalizar es el padre el que sale de paseo con el Extraño. Como si de una confesión se tratase, Paolo extiende sus inquietudes al Extraño sabiéndose derrocado de su posición de poder, a la vez que experimenta un cisma ideológico-existencial.


“Me has seducido, Dios mío, y yo me he dejado seducir. Me has violentado, y has ganado”. Es una frase que acompaña las imágenes del desierto que sirven como antesala al descubrimiento de los personajes. El padre será el primero en afrontar este descubrimiento, ya que una nueva carta llegará, pero con ella la partida del Extraño. Antes de irse, todos, al igual que Paolo, hablan con el Extraño en una suerte de confesión acerca de cómo se sienten a partir de sus respectivas experiencias con él. Lo interesante de esto es que el Extraño no da respuesta. De nuevo el silencio aparece, el cual podría ser el mismo que Dios hace con su creación, de la misma forma que el partir del Extraño significa su ausencia.


Con su partida, cada uno afronta de diferente manera su ausencia: Emilia alcanzará lo divino en la tierra en forma de cumplidora de milagros al sanar a un niño enfermo. De esta manera se puede analizar cómo para el pueblo siempre ha sido de suma importancia la religión como combustible moral. Esto lo sabía Pasolini y es por eso que usa este milagro como metáfora de la libertad proletaria. Esta libertad se termina de afianzar cuando Emilia se dirige a una construcción en obra negra donde se aprecian pintados una hoz y un martillo, haciendo referencia a la postura política del director italiano. Emilia es enterrada ahí por una anciana —figura de lo antiguo— para que así el entierro de Emilia sirva como fuente de un futuro donde no haya sufrimiento; un devenir político fundamentado en el comunismo del autor boloñés.

Pietro, al cuestionarse su sexualidad y por ende su lugar en el mundo, se vuelca al arte como método de autodescubrimiento. Pasolini implanta el pensamiento de que el arte es el vehículo humano para darle sentido a las cosas, así como promotor del pensamiento y pieza fundamental para la revolución ideológica.


Odetta, al hallarse desprovista de esta nueva figura masculina y con el temor de perder este nuevo descubrimiento, sufre un shock que la deja petrificada e inoperante. A través de esta escenificación Pasolini habla del poder del conocimiento y cómo el mismo puede llegar a ser demasiado para una persona, afectando la manera en que se percibe e interactúa con la realidad.


Lucía admite su papel como esposa: un ente decorativo y sobajado dentro de la familia el cual es obligado a olvidarse de sus sueños, aspiraciones y pasiones en pro de mantener una máscara social. Al quitársela, deambula por las calles de Milán buscando saciar sus pasiones reprimidas con jóvenes que le den el gozo del orgasmo, cumpliendo así parte de su liberación. No obstante, es ella misma la que se refugia en una capilla, atemorizada de abrazar libremente su persona, lo cual significaría lidiar con el repudio de la gente. Por lo que decide recurrir al amparo de la religión.

Por último, Paolo se replantea su lugar en una dinámica y una sociedad donde él ya no ejerce poder alguno. En su viaje de descubrimiento se desprende de todo lo material: da su fábrica al proletariado y se desnuda ante el mundo, para después caminar sin cobijo por el desierto. Es en su desconcierto que se encuentra gritando afligidamente ante el descubrimiento de que estamos solos y desnudos en la tierra seca y olvidada que se encuentra antes de entrar al paraíso.

En conclusión, Pier Paolo Pasolini en su Teorema hace uso de posturas ideológicas para hablar de las clases sociales, del autodescubrimiento, el papel que ejerce el conocimiento en una persona y cómo a partir de este se desenvuelven en su entorno. De esta forma plantea dos ideas que se podrán identificar a lo largo de toda su carrera artística: el ser humano, de una u otra forma, está atado a dos mecanismos de poder inherentes a él: la religión y la política.



 

Interlatencias Revista

julio 2023


Commenti


  • Blanco Icono de Spotify
bottom of page