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La relación entre los dioses

  • Foto del escritor: Interlatencias
    Interlatencias
  • 19 jul 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 9 mar 2024

Crítica Interlatente de Alejandro Cortés
 

El documental Dioses de México (2022), dirigido por Helmut Dosantos, ofrece un retrato de los paisajes y personas que componen un espacio geográfico, en una estructura que plantea una reflexión sobre la relación de las personas con la naturaleza. A partir de una estructura de tríptico se matizan las posibles relaciones, que son mostradas desde la contemplación pausada, evitando el dialogo explicativo o la narración reflexiva, y optando por el registro de la acción, de la presencia de lo humano y de la naturaleza, como la materialidad donde se encarna la difícil relación entre ambos componentes de un territorio, explorado desde lo macro de los grandes retratos del paisaje a lo micro de unas manos entrando en contacto con la tierra.


Desde la primera parte, III. White, se introduce el contraste en escala de la naturaleza y los humanos, en el contexto del proceso de elaboración de materiales para la construcción, por medio de grandes paisajes, que al mismo tiempo que muestran lo amplio de las construcciones humanas, las parcelas donde se mezclan materiales, y a la naturaleza, como ese entorno que sigue envolviendo cualquier construcción, aquello que continúa más allá del horizonte; y por medio de planos detalle que centran la atención en la relación material de humano y naturaleza, en la capacidad que tienen un par de manos de transformar la materia.


Lo que parecería antagónico encuentra un punto de armonía en la transformación de la materia, en las escenas que muestran cómo lo basto de la naturaleza puede ser utilizado por los humanos. En el recorrido que realiza un hombre para transportar agua desde un estanque, con apenas dos cubetas a la vez. La naturaleza envuelve todo el trayecto, como una barrera a sortear, que al mismo tiempo está marcada por la creación humana, por escaleras y caminos que destacan sobre el suelo. Esta relación se refleja en la fotografía, de planos contemplativos con alto contraste entre el paisaje iluminado y los cuerpos humanos cubiertos por sombras, que adentran al espectador en la materialidad de la relación que está aconteciendo, para palpar el tiempo y espacio de habitar y relacionarse con la naturaleza, notoriamente iluminada por el sol que se percibe en el horizonte, a partir del uso tanto de tomas fijas, que transmiten la temporalidad de realizar una acción, como de lentos movimientos de cámara, para sentir la dimensionalidad de un lugar al recorrerlo.


En la segunda parte, II. Windrose rhapsodies, el retrato de la relación es ampliado tanto en extensión territorial, al expandirse hacia los cuatro puntos cardinales de México, como en las posibles relaciones que acontecen en el territorio, por medio de una colección de postales de paisajes y las personas que los habitan. Los retratos muestran la diversidad de formas de los dioses de México, alegorizados por nombres que titulan a los puntos cardinales, Xipe-Totec, Tezcatlipoca, Quetzalcoatl y Huitzilopochtli, la diversidad material de la naturaleza, en desiertos, planicies, valles, selvas y playas, que siempre aparece como una fuerza que engloba la existencia humana, ya que cada paisaje, en un blanco y negro de alto contraste, es mostrado en planos abiertos, que propician la contemplación de cómo el terreno se eleva, cambia de forma y se amplía hasta el horizonte, llenando la pantalla de dinamismo. Pero en estos retratos hay una presencia más, un dios más, a lo largo de todo el territorio: el humano. Una presencia que destaca en el paisaje, por lo curvo y vertical del cuerpo en contraste con la horizontalidad del paisaje, muchas veces situado al centro de la pantalla, o como elemento contrastante en la homogeneidad del terreno, porque, a diferencia de la primera parte, los rostros son claramente visibles, al ser un elemento con iluminación tan clara como el paisaje.


El humano es otro dios, porque es capaz de establecer formas diferentes de relacionarse con la naturaleza, ésta no es una presencia inmanejable, sino que es el espacio donde acontece el habitar humano, donde se pesca, se toca música e incluso se festeja. La tierra, el agua y el viento, como dioses, siempre están presentes de forma inmensa, pero el humano puede relacionarse con esos dioses, porque su capacidad de transformar y dominar esos elementos lo hacen ser una fuerza que configura el espacio, otro dios, que no es retratado de forma minúscula en los paisajes, sino en igualdad de escala con la naturaleza, al presentarlo de cuerpo entero, abarcando del límite inferior al superior de la pantalla, o como figura que destaca en primer plano, al mismo tiempo que se muestran sus construcciones, como casas y cementerios, que al igual que la naturaleza, con sus suelos, cielos y floras, son capaces de llenar la pantalla. Al final, el collage de paisajes y personas sitúa a ambos elementos en igualdad de importancia, elementos esenciales del territorio.


Helmut Dosantos no se queda en el retrato preciosista de habitar un espacio, sino que problematiza la relación que se tiene con éste, a partir de la diferencia escalar entre humano y naturaleza. Este contraste en la relación se invierte en la última parte del documental, IV. Black, que nos muestra al ser humano como un dios con aún más poder que la naturaleza, a partir de mostrar cómo la acción humana pasa de la transformación y control de la materia a la destrucción de la misma. El espacio para retratarlo entra en un contraste dialéctico con la primera parte, de paisajes soleados, el interior de una mina, donde la luz proviene de lámparas en los cascos de los trabajadores, un espacio artificial que se abre paso en las entrañas de la tierra, erosionado por picos y sostenido por bigas de metal. En la oscuridad de la cueva destaca la figura humana, marcada por las luces puntuales de las lámparas, que construye y destruye el espacio, crea su propia forma de relacionarse con la naturaleza, al imponerle su interés de conseguir recursos minerales.


Dioses de México logra articular un discurso sin palabras, a partir de la contemplación del relacionarse con el territorio, mostrando una relación en tensión, de la naturaleza que se presenta como un dios que delimita nuestro modo de habitar el espacio, y de nuestra capacidad para configurar ese espacio, para crear cosas a partir de sus recursos, para habitarlo y destruirlo. México como territorio se construye por los paisajes y personas que lo componen, hilo discursivo que se sostiene en la constante presencia de los elementos de la naturaleza, aire, tierra y agua, que entran en diversas relaciones con el elemento humano, con nuestra capacidad de creación, que invierte la relación primaria. Un elemento explosivo que encuentra su mejor representación en el fuego, aquel que está presente tanto en los fuegos artificiales de un torito, como en las detonaciones de explosivos en una mina.



 
Alejandro Cortés

(1997)

Alejandro Cortés como escritor se ha desarrollado en la escritura de ensayos sobre literatura, cine, cultura contemporánea y cine. Siendo publicado en revistas digitales como Ícaro, Nudo Gordiano, Marabunta y Tierra Adentro. Ha ganado el segundo lugar del XVIII del Premio Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en la categoría de ensayo en el año 2017; En 2020 y 2021 participó en el taller de la crítica, organizado por el Festival Internacional de Cine de Guanajuato; Y en 2022 formó parte del jurado Young Canvas en el Festival de Cine Contemporáneo Black Canvas.


 

Interlatencias Revista

julio 2023

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