Phela
- Interlatencias
- 29 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Por: Axel Olvera

JL se encontraba fragmentado, hecho pedazos. Aproximadamente catorce pedazos. Él no entendía cómo le había sucedido algo así. En el suelo, intentando recordar cómo había llegado hasta ese punto, notó que siempre había tenido una extraña fascinación con el espejo que se encontraba en su cuarto, aquel espejo que estaba colgado chueco en la pared junto a la ventana. Era de marco azul, de un metal bastante ordinario, lo había hecho él con su abuelo aproximadamente diez años antes de que se rompiera. El paso del tiempo había oxidado el metal, JL notaba su espejo cada vez más gastado, y le gustaba pensar que el metal era como su abuelo, viejo y encorvado.
JL nunca comprendió por qué solamente se sentía hechizado con ese espejo, tan ordinario y simple. No le gustaba observarse durante mucho tiempo ahí, porque se veía diferente que en cualquier otro reflejo. Sentía que todos los demás espejos le mostraban una visión distorsionada de sí mismo y que verse en el espejo oxidado era como verse con los ojos de alguien más. Esta especie de hechizo parecía sólo funcionar en él, porque los diversos invitados que se observaban en el espejo lo hacían de manera natural y sin sorpresas. JL sentía muchísima pena por eso, pensaba que era una verdadera lástima que, habiendo gente tan bella, jamás se podrían ver como realmente son, en cambio él, con todos sus defectos y las cosas que odiaba de sí mismo, parecía estar bendecido y maldecido a mirarse realmente en el espejo de marco azul.
Como era de esperarse, JL no podía observarse en ese espejo por más de un minuto. Odiaba lo que veía, le causaba terror observarse sin las distorsiones de un espejo normal. Prefería mirar su reflejo en la pantalla negra del monitor inerte, eso lo hacía sentir seguro, como si él fuera su propia sombra. Aunque lo que él deseaba más en el mundo era que nadie lo viera, que nadie fuera capaz de ver ni la sombra que proyectaba.
El día que se rompió era el día de su cumpleaños. Cumplía 21, pero se sentía de 16. Alguien bastante inmaduro para su edad, o al menos él se percibía así. La noche anterior tuvo una pequeña discusión con sus padres. Una nimiedad a la que JL no dejó de darle vueltas toda la noche. Su mente siempre había funcionado así, como un organismo autónomo que buscaba sabotearlo con los más crueles pensamientos. No pudo conciliar el sueño, así que con los primeros rayos del sol se levantó y comenzó a observarse en el espejo, intentando descubrir qué era exactamente lo que odiaba de sí mismo. Clavó sus ojos sobre sus ojos, como si se estuviera retando. “Dime por qué me odias tanto”, pensaba. Su reflejo sólo le devolvía la misma mirada fría y penetrante. Pasó más de un minuto y sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Ya no podía moverse. Sentía que el hechizo estaba por fin consumado. Todo su cuerpo comenzó a temblar. Vio su reflejo temblar también, en el espejo había ondulaciones como las que se ven cuando se avienta una piedra a un lago o un charco. Creyó que lo que sucedía en el espejo lo veía por las fuertes sacudidas que sufría su cuerpo, pero no fue así. Justo cuando su trémulo cuerpo estaba a punto de colapsar totalmente se sintió implosionar. Toda la luz desapareció y sólo sintió el calor intenso de un fuego sin luz. El sonido del espejo al colapsar llegó a sus oídos y lo único que pudo sentir fue su cuerpo estrellarse contra el suelo, pero sintió el impacto en múltiples ocasiones.
Cuando el mundo dejó de ser tinieblas, JL notó que no podía levantarse y que podía observar todo desde diferentes puntos. Veía el techo de su casa, veía la base de su cama, veía su escritorio y su silla, veía el marco azul oxidado intacto y también veía las otras partes del espejo, todo al mismo tiempo. Ahí comprendió que el espejo lo había absorbido y que se había roto con él dentro. Minutos después, cuando su familia, alertada por el sonido de la ruptura, acudió a observar qué había ocurrido, sólo vieron las partes del espejo roto en el suelo. A JL no lo podían ver, pero él a ellos sí, a todos, al mismo tiempo.
Mientras que sus padres recogían los pedazos para tirarlos a la basura, JL comprendió, entre mucha desesperación e inercia, que su grande anhelo al fin había sido cumplido, ya nunca nadie más lo vería, ni siquiera a su sombra, pero él estaba también condenado a observar todo desde los múltiples puntos en los que se encontraba perpetuamente atrapado.
Interlatencias Revista: Latente
Diciembre 2021
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