Sobre Corazón del tiempo de Alberto Cortés
- Interlatencias
- 19 may 2022
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Crítica Interlatente de Eric Silva Manjarrez

Corazón del tiempo es una película singular y ambiciosa dentro del complejo y diverso panorama del cine mexicano. Por eso no sería prudente analizar a partir de un solo punto de vista las múltiples apuestas formales que la construyen, en algunos casos favoreciendo, y en otros tantos, tal vez la mayoría, perjudicándola.
El argumento es el siguiente: Sonia, una muchacha que ha crecido toda su vida en una comunidad autónoma zapatista se ha prometido con otro joven de la comunidad. Las ceremonias de pedimento que dictan las costumbres ya fueron hechas. Sin embargo, Sonia conoce a Julio, guerrillero que atraviesa las montañas y de quien se enamora.
Sonia no solamente deberá seguir a Julio por los arduos caminos de la selva Lacandona, sino también superar los obstáculos sociales que las costumbres han impuesto.
No deja de llamar la atención que Corazón del tiempo, cuarto largometraje del realizador Alberto Cortés, se estrenara en el 2009, dos años después de que Carlos Reygadas presentara su Luz silenciosa. Esta última refrenda una política de trabajar con no actores, es decir, actores no profesionales, seleccionados de entornos cotidianos, retomando así una postura que contraviene los moldes del cine oficial o de cierta forma institucionalizada y asimilada de hacer cine.
En ese sentido, la apuesta de Alberto Cortés de elegir como intérpretes a personas originarias de las propias comunidades zapatistas en lugar de actores profesionales es una decisión en principio lógica y acertada.
Es coherente porque se ha elegido una posibilidad de hacer cine que va a contracorriente de las políticas establecidas por el cine oficial o el cine de Hollywood para una película cuyo objetivo es dar a conocer a las comunidades autónomas zapatistas, epígonos de resistencia contra el mal gobierno y, como Carlos Reygadas quien pasó largas temporadas viviendo en las comunidades
menonitas, Alberto Cortés y su equipo se involucraron desde mucho antes del rodaje en las comunidades autónomas de Chiapas para escribir el guión y posteriormente resolver los asuntos de la producción.
Corazón del tiempo y Luz Silenciosa no son las únicas películas cuyos intérpretes son personas originarias de las comunidades donde fueron filmadas. Como se ha observado, el cine mexicano reciente abunda con irregular fortuna en esta práctica que al parecer se ha posicionado más como una moda y no como propuesta consistente.
Hay otras similitudes entre la cinta de Reygadas y Corazón del tiempo. Ambas películas abordan el tópico de una relación amorosa que contradice las costumbres de una comunidad cerrada, y al mismo tiempo cuestionan aspectos morales como el adulterio. Para el caso poco importa si se trata de la selva Lacandona o de los campos de Chihuahua; ambas son comunidades herméticas y para mantenerse unidas confían en sus costumbres e ideología, ya sea política o religiosa. Ambas películas tratan sobre lo que sucede cuando un miembro de dicha sociedad decide transgredir las normas.
En todo caso, el problema de Corazón del tiempo no son las intenciones que de origen se planteó, pues es loable que se produzca una película de ficción enmarcada en las comunidades autónomas y que con su contribución se haya concretado la película proveyendo al equipo de rodaje la alimentación y ayuda para la construcción de las cabañas donde se alojó al equipo de producción; tampoco lo es el guión que además de buscar sencillez también registra el habla de los indígenas en resistencia.
El problema de Corazón del Tiempo es que no supo observar las virtudes que su predecesora, Luz Silenciosa ya había conseguido dos años antes: estudio riguroso del ritmo, puesta en cámara concebidas desde el guión, fotografía y luz como recursos narrativos y no únicamente descriptivos o por lo menos, ser consciente que se estará trabajando con personas que quizás nunca han ido al cine (http://www.jornada.unam.mx/2009/03/22/espectaculos/a07n1esp). Y entonces, lo que en principio era interesante como experimento cinematográfico, se vuelve en
contra del realizador quien no confió en sus actores y para disimular lo que a su juicio eran errores de actuación creó un montaje errático, como si intentara distraer a los espectadores y ocultar las debilidades que saltan a la vista. Ya que se habla de edición errática valga mencionar su inexplicable puesta en cámara que logra la impresión de estar frente a un producto inacabado pues en aras de mantener una atmósfera documental se planteó una propuesta fotográfica que contradice los demás planteamientos.
Uno de ellos es el constante equívoco de la música que se basa en una sucesión de canciones que entran y salen sin ningún motivo y que al final no crean ni expresan nada.
A pesar de estos tropiezos, Corazón del tiempo es una película significativa porque hasta el momento sigue siendo única en el panorama de cine de ficción que trate sobre el conflicto zapatista.
Lamentablemente, la pobreza de su lenguaje cinematográfico la constriñe al ámbito local y no podrá trascender a un público más amplio pues no supo desarrollar la propuesta formal que planteó originalmente.
Digna de todos los encomios por su valor social, Corazón del tiempo se traiciona a sí misma en términos cinematográficos por lo que su valor universal latente permanecerá oculto entre la serie de tropiezos y contradicciones que como filme no supo resolver.
Eric Silva Manjarrez, 34 años, es un cineasta egresado de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas, antes CUEC, de la UNAM. Su cortometraje Cuaderno de octubre fue seleccionado en el Festival Cuórum Morelia y Playa del Carmen Queer Film Festival entre otros. Actualmente concluye la postproducción de su largometraje documental Crónicas del norte. Un viaje a la Ciudad de México y se desempeña como supervisor de continuidad en largometrajes.
Interlatencias Revista
abril 2022
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