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Sobre el mal

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    Interlatencias
  • 19 may 2022
  • 11 Min. de lectura
Ensayo Interlatente de Juan Ignacio Capozzi
 

La serpiente cae. Lucifer desciende a los abismos, expulsado del paraíso en medio de sangre y dolor. La fricción de la velocidad hace estallar el aire en flamas, y los gritos de nuestro personaje principal se pierden en el torbellino de truenos que quedan tras él y el abismal vacío que le recibe. Cae a las profundidades castigado como producto de su desafío a la máxima deidad; por su insistencia de que la humanidad debía poseer más conocimiento del que Dios les había otorgado. Quien una vez fuera el primero y más bello de todos los ángeles es ahora un cúmulo de deformidad, angustia y furia. Lo esperan, atentos a su llegada, huestes infernales, atroces; los males del inframundo, listos para sembrar la tristeza y en sufrimiento en el mundo humano. Esta es la historia del origen del mal, sino la primera, de las más esparcidas en los relatos de creación.

Eones en el futuro, Urania susurraría al oído de un hombre llamado John Milton esta historia, y el poeta, encargado de registrar la entrada del mal en la historia de la humanidad, escribe:

"Him the Almighty Power

Hurled headlong naming from the ethereal sky,

With hideous ruin and combustion, down

To bottomless perdition; there to dwell

In adamantine chains and penal fire,

Who durst defy the Omnipotent to arms."


Y pese a ser una caída, un descenso, se siente, al igual que éste primer texto, como un nacimiento. El descenso al infierno supone la formación de un discurso completamente nuevo, el de la ambigüedad, el del desorden y el de las verdades a medias. No sólo eso, sino que supone la conjugación de todas estas cualidades en un mismo ser. Lucifer como estrella caída simboliza a Dios como fuerza suprema dando a luz el mal que crecerá hasta ocupar su mitad del universo. Los dolores de parto del mal humano, en este drama épico representados por seres más grandes que la humanidad misma.


Expliquemos mi función. Mi función se encuentra inextricablemente unida con mi nacimiento. Toda exposición necesita ser curada. Si se presenta una pieza aquí, para quien tiene un ojo adiestrado, por naturaleza ésta otra pieza tendrá que colocarse aquí. No se trata de una cuestión de creatividad, es cierto. Admito, desde el punto de partida, que no es para producir cosas nuevas que se me brindó la existencia en este mundo. No estamos tratando con una fuerza creadora. Mi forma sigue a mi función, y mi apelativo se lo debo a ella.


Toda curación es selección. Dicho de este modo podría pensarse en la labor de las abuelas que para pasar los ratos aburridos que acompañan a la vejez, suelen tejer, a partir de retazos, esos edredones compuestos de pedazos de tela desigual. Un pedazo de tejido azul, después uno verde, después uno rojo. Y, sin embargo, al curar una exposición se debe interpretar. La labor supone un análisis profundo de los fragmentos que se van a utilizar, a fin de que constituyan, para el espectador, más que una experiencia pasajera. Lectura en el sentido de buscar un orden en donde no lo hay, en desplegar un relato que dote de sustancia al espacio que existe entre piezas. Una buena curaduría no esconde estos espacios, sino que los llena de un nuevo contenido que hace armonizar una pieza con la otra.

Es justamente lo que crece en el espacio entre una pieza y otra, entre un humano y otro, lo que concierne a esta exposición. El espacio entre el Uno y lo Otro, la brecha; abismo miltoniano en el que el mal espera listo para actuar. La oscuridad que separa las estrellas o la sustancia que separa nuestras células. Observémoslo en la obra que inicia nuestra exposición.


Arthur Schopenhauer porpone, en Parerga y Paralipómena, una alegoría titulada el Dilema del Erizo. Aquí, la siguiente pieza de la exposición; frente a nosotros las palabras del filósofo alemán:

"Un grupo de puercoespines se apiñaba en un frío día de invierno para evitar congelarse calentándose mutuamente. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir unos las púas de otros, lo cual les hizo volver a alejarse. Cuando la necesidad de calentarse les llevó a acercarse otra vez, se repitió aquel segundo mal; de modo que anduvieron de acá para allá entre ambos sufrimientos hasta que encontraron una distancia mediana en la que pudieran resistir mejor. — Así la necesidad de compañía, nacida del vacío y la monotonía del propio interior, impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables les vuelven a apartar unos de otros."

Asistimos al drama de la cercanía humana. Para Schopenhauer la cercanía, que aquí, en el mundo humano, toma la forma de pacto social, es la base también para la interacción destructora entre hombres. Es exactamente en el intersticio que crece la repugnancia, el odio y el mal. La distancia respetuosa entre individuos es lo que permite, a pesar de la lamentable pero natural condición a la que están sujetos, vivir en sociedad. El alemán llama a esto cortesía y buenas costumbres, y explica que para poder acercarse sin hacerse daño, tanto erizos como hombres deben mantener la distancia sacrificando parte del calor que la cercanía les produce.

Cuando llegue el turno de Sigmund Freud de describir este fenómeno, apelará a lo que llama "El malestar en la cultura". En el intersticio el mal espera, sí, agazapado, pero cada hombre debe cargar con la tarea, y la culpa, constante de mantener este mal bajo control. En el abismo que separa a los individuos es donde se libra la batalla entre eros y thanatos, la guerra constante de pulsiones que arroja al ser en la incertidumbre, en un desbalance constante que se manifiesta como un nuevo mal en forma de sufrimiento. El hombre quiere, porque de esta forma fue educado en sociedad, evitar provocar dolor e injusticia al prójimo aunque, en las profundidades de su ser (inconscientemente, diría Segismundo), lo que desea es satisfacer sus placeres a pesar de, y en la mayoría de las ocasiones en detrimento del prójimo. Freud propone varias actividades mediante las cuales el ser humano sublima estos deseos, entre ellas la guerra, la religión e incluso el odio autodirigido.

Si estuviéramos realizando un nuevo panteón, una nueva interpretación mitológica de la realidad que rodea al espíritu contemporáneo podríamos llamarle al abismo que existe entre seres "el monolito de Kubrick". El misterioso artefacto, que pone en marcha la evolución hacia el hombre moderno, es puesto por una fuerza desconocida entre los primates que contamos como nuestros antecesores, haciendo surgir entre ellos la consciencia del uso de las herramientas, y con ella la consciencia de la pertenencia al grupo. Mientras que el anterior estado animal hacía que el grupo demarcara su territorio exclusivamente por impulso, el nuevo estadio de consciencia que transforma al grupo en sociedad trae un recrudecimiento de la violencia. La maldición del progreso. La evolución, con todos sus beneficios, la advenida del hombre que piensa que piensa, no es más que un descenso en el que las herramientas, por la naturaleza del progreso, se transforman en armas.

La serpiente cae. Lucifer se precipita entre llamas y dolor, el abismo abre sus fauces esperando recibirlo. El mal aún no espera agazapado en el intersticio que separa a los humanos, pero pronto sus ojos escarlata seguirán cada acción humana con la expectativa de un animal de presa. La estrella de la mañana desciende, y en su futuro se encuentran el jardín, el fruto y la tentación.

La historia es conocida. Habla con cualquier pagano postmoderno que encuentres (habla sólo de esto y sal de allí lo más rápido que puedas) y te relatará el mito con apasionada entrega y abandonada racionalidad. Lucifer es una fuerza de conocimiento. Lucifer es la serpiente que empuja a Eva a comer del fruto del conocimiento, arrojando así a la primer pareja de humanos al exilio, el paraíso perdido, pero a la vez dotándolos del instrumento que necesitan para hacer de la raza humana una raza: la procreación. Afuera del jardín, ya conscientes de su desnudez y su pudor, sintiendo el frío que produce la lejanía entre seres, traen al mundo a sus primeros descendientes. Con ello llega el instrumento con el cual comienzan sus primeras narrativas que posteriormente serán historia y el pasado de una humanidad completa, el lenguaje; instrumento que comienza como narración de voz en voz y que posteriormente se transformaría en la semilla de la sociedad. ¨Lucifer es luz", te dirá ese pagano. La elección que presenta en el jardín es iluminación pura, pues abstrae a la pareja primordial del control divino, dotándolos de libre albedrío.

Abstraigámonos de la conversación con nuestro pagano, que ya ha durado en demasía, y lavemos nuestro ser, a forma de expiación, sobre palabras más autorizadas, si acaso por el statu quo intelectual. Rüdiger Safranski sitúa el origen del mal no en la elección que presenta la serpiente en el jardín, sino en la prohibición a la que Adán y Eva son sometidos por la fuerza divina.

"En la medida en la que este árbol prohibido se halla entre los demás árboles, el conocimiento del bien y del mal ha sido concedido ya al hombre. Éste sabe, al menos, que es malo comer del árbol del conocimiento. Por tanto, ya antes de comer de él, ha sido conducido por la prohibición a la distinción entre el bien y el mal. Así pues, en el caso de que hubiera habido una vida más allá del bien y del mal, un estado de inocencia que ignorar tal distinción, el hombre no perdió su inocencia paradisíaca cuando comió del árbol del conocimiento, sino en el momento mismo en que se le hizo esta prohibición."

Aquí nuestro pagano perdería toda compostura. Dios como agente de la libertad a través del libre albedrío. Esto es suficiente para demoler en un golpe todos los castillos de arena construidos por el paganismo.

Sin embargo, permítanme responder aquí con una nueva figura. El friso que describo lo vi, hace un tiempo, en alguno de mis recorridos por el mediterráneo, aún no logro recordar si en Atenas, Pompeya o Estagira. Dicho friso, que me sorprendió por lo increíblemente conservados que aparecían sus colores, muestra a Prometeo en su porción central. El ser divino se lamenta, encadenado, en la cima más alta de la cordillera del Cáucaso, pilar del mundo griego. Su rostro se contrae en facciones animal, aullidos guturales escapando su garganta, saliva salpicando sobre su pecho en el que se yergue, orgullosa, un águila. El ave devora las entrañas de Prometeo, ensañándose particularmente con su hígado. En el grabado, Prometeo tensa las cadenas que lo sujetan, intentando aferrar los órganos que el águila arranca de su interior, sus dedos agarrotados en un intento de apresar la vida que se le arrebata.

Del lado izquierdo del friso la acción que concluiría en un castigo de semejante crueldad. Prometeo entrega, a escondidas del resto de los dioses, el fuego a la humanidad. Lo que parece una antorcha en el friso es en realidad una metáfora sobre la iluminación del conocimiento que separa efectivamente al hombre de aquel ser que le precede. Prometeo es padre de las ciencias y las artes, de la matemática y la adivinación, y canta, a través de Esquilo:


“Y ahora oíd las penas de los hombres;

cómo les convertí, de tiernos niños

que era, en unos seres racionales.

Y en mis palabras no tendrá cabida

el reproche a los hombres; lo que intento

es mostrar la bondad de mis favores:

Ante todo veían, sin ver nada,

y oían sin oír, cual vanos sueños,

gozaban una vida dilatada,

donde todo ocurría a la ventura:

ignoraban las casas de ladrillos,

al sol cocidos, la carpintería.”


Prometeo, Io Prometeo, si tuviera que escoger una deidad, por sobre todas aquellas deidades paganas que me intentar vender como vidrios de colores, te escogería a ti. Nunca dios de la libertad de elección sino dios del pensamiento libre, amigo del fuego que inflama al humano.


En el panel derecho del friso se observa el castigo que Zeus reserva, ya no para el dios trasgresor, sino para la humanidad. El dios del trueno carga entre sus manos una caja ornamentada, de aspecto terrible, con la tapa ligeramente abierta. El friso fue tallado de tal forma que, si uno se asoma por la rendija que queda entre la caja y su tapa, no ve más que oscuridad. El intersticio. De esa rendija emergen, representados aquí como volutas de éter verdeazulado, todos los males que aquejarán a la humanidad a lo largo de su historia. Se arremolinan sobre la tierra, su influencia representada como una neblina que cubre todo el paisaje, provocando el asesinato entre hermanos, el adulterio y la crueldad, todos tallados en pequeñas escenas de tono bucólico, aunque no por ello menos terribles.

La alegoría es clara. El progreso humano trae avances sumamente necesarios. Las matemáticas, la física, la arquitectura, son disciplinas que surgen como producto de la sociedad; su conocimiento facilita la vida humana, conduciendo a su vez a un sinfín de ramificaciones del saber que, eventualmente, desencadenan en nuestro momento presente. Lo escuché dicho de esta manera. Así surgen las primeras comunidades. Durante el día se caza, se cultiva, se recoleta y se construye. De noche se relata, se ensaya, se comparte, además de celebrarse un nuevo día de supervivencia, todo alrededor de un fuego central. El fuego prometeico como cuna de la cultura humana.


Volteemos hacia Prometeo nuevamente. Prometeo que, además de señor del pensamiento, de estrella de la mañana primigenia, es también el fuego de la industria. Es el mundo mediterráneo expandiéndose hasta llegar a las márgenes del mundo y luego más allá. Prometeo que pone en juego su propia libertad para encender la llama del pensamiento libre en la humanidad. Prometeo, aquí al fin del camino, como el mecenas más importante de la historia.

Entonces, el castigo no se hace esperar. Con la comunidad, y la transmisión de conocimiento que trae consigo, llegan al mundo, para contaminarlo. Una vez más el mal surge como producto de la cercanía entre seres humanos. Prometeo el virus de la sociedad humana, que trae detrás de sí, entre sí, la caja de Pandora, origen de todo mal y sufrimiento terreno. El mal no es el castigo de Zeus, no es la furia del dios del trueno sino la promesa del dios del fuego; promesa de que con la capacidad de creación que le otorga al ser humano surgirá también la capacidad de cada individuo de hacer el mal y dañar al prójimo. Se trata de un resultado natural de la convivencia entre seres que piensan que piensan. Crece como enredadera en el espacio que separa a los humanos, reptando lentamente, en su avance determinado hacia la luz. El descenso que es ascenso. En el friso, en la rendija donde no se veía más que oscuridad me pareció distinguir, bañado en sombras, un pequeño tallo sin hojas, retorcido, coronado por una flor de pétalos rojos que asemejaba a un estallido de violencia.


Io Prometeo.


Tomemos a modo de mensaje final, de despedida de la exposición, las palabras del ateniense que al concluir su discurso en torno al mal, les dice a sus interlocutores: “Quizás esto te parece un mito, a modo de cuento de vieja, y lo desprecias; por cierto, no sería nada extraño que lo despreciáramos, si investigando pudiéramos hallar algo mejor y más verdadero.”


Lucifer cae. Las llamas lo conducen y el vacío se abre debajo. El meteoro de culpa, injusticia y dolor se precipita desde las máximas alturas, y la estela de humo negro que deja tras de sí parece una grieta negra en el cielo; un abismo por el que parece que, en cualquier momento, van a irrumpir en el mundo todos los males que azotan al ser humano.


 

1 John Milton, Paradise Lost, ed. William Kerrigan, John Peter Rumrich, and Stephen M. Fallon, Modern Library pbk. ed, Modern Library Classics (New York: Modern Library, 2008), 14.

2 Arthur Schopenhauer, Parerga y Paralipómena, trans. Pilar López de Santa María (Madrid, España: Editorial Trotta, 2009), 665.

3 Rüdiger Safranski, El Mal o El Drama de La Libertd (Tusquets Editores México, 2014), 22.

4 Sófocles, Eurípides y Esquilo: obras completas. (Madrid: Cátedra, 2012), 105.

5 Plato, Emilio Lledó, and J. Calonge Ruiz, Diálogos. 1: Apologia, Criton, Eutifrón, Ion, Lisis, Cármides, Hipias Menor, Hipias Mayor, Laqques, Protágoras, 4. reimpr, Biblioteca clásica Gredos 37 (Madrid: Gredos, 1993), 396.


 
Referencias bibliográficas

Anno, Hideaki. Neon Genesis Evangelion. Collection 0:4. ADV Filnms, 2000.


Milton, John. Paradise Lost. Edited by William Kerrigan, John Peter Rumrich, and Stephen M. Fallon. Modern Library pbk. ed. Modern Library Classics. New York: Modern Library, 2008.


Platón, Emilio Lledó, and J. Calonge Ruiz. Diálogos. 1: Apología, Critón, Eutifrón, Ion, Lisis, Cármides, Hipias Menor, Hipias Mayor, Laques, Protágoras, Gorgias. 4. reimpr. Biblioteca clásica Gredos 37. Madrid: Gredos, 1993.


Safranski, Rüdiger. El Mal o El Drama de La Libertd. Tusquets Editores México, 2014.


Schopenhauer, Arthur. Parerga y Paralipómena. Translated by Pilar López de Santa María. Madrid, España: Editorial Trotta, 2009.


Sófocles, Eurípides y Esquilo: obras completas. Madrid: Cátedra, 201


 

Juan Ignacio Capozzi. Actual estudiante de doctorado en filosofía en la Universidad Iberoamericana, con títulos de licenciatura en psicología y maestría en psicología de la misma universidad. Su interés se centra en clásicos grecolatinos, filosofía nietzscheana y métodos experimentales y no convencionales de escritura en filosofía, con particular énfasis en la exploración del espacio liminal entre disciplinas.


 

Interlatencias Revista

abril 2022


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