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¿Somos víctimas del sistema?: Foucault, el panoptismo y cinematografía.

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    Interlatencias
  • 29 dic 2021
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 29 dic 2021

Por: Susana Pedroza




Tras leer la historia de Damiens y otros jóvenes condenados en la “moderna” Francia del siglo XVI, la idea latente sobre la empatía del suplicio de los castigos llegó a mí con fervor. Leer cada una de las reflexiones de Foucault sobre el encubrimiento del papel de la justicia, aunado a sus características impotentes de desarrollo; el abuso de sus actos sobre la calidad de vida de las personas y la creación de un sistema de doble filo hecho para enjuiciar y castigar de sórdidas formas a quienes son parte de sus poblaciones, me han llevado a preguntarme: ¿Qué es en realidad nuestra vida para aquellos que “controlan” o establecieron el control sobre nuestros cuerpos de tal manera? Y, sobre si este establecimiento del control maneja alguna especie de beneficio al sometimiento puro.

Esta situación de la biopolítica y una ética practicada en el cuerpo de los individuos es lo que me parece aún más interesante y perturbador. A lo que, sobre la conciencia humana, Foucault refiere en su obra Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión (2009). Infiero, entonces, de igual forma, con algunas referencias cinematográficas, que además de la afición, me parece que retratan de una forma más gráfica la problemática escrita por dicho autor.


“Si no es ya el cuerpo de la penalidad en sus formas más severas, ¿sobre qué establece su presa?” (Foucault, 2009). A esta pregunta se unen la concepción de la moralidad latente sobre el cuerpo de los imputados, dentro o fuera del dedo de las instituciones encargadas de la justicia. Podemos asimilar la respuesta a esta pregunta como una gota de agua cayendo sobre un charco. La gota, de este modo, podemos asimilarla como una forma de esta acusación directa sobre el cuerpo del individuo, que es aquel ser racional que se encuentra vulnerable ante los riesgos latentes del sistema que conforma.

Esta acusación, en primera instancia, Foucault la señala como consecuencia de algún acto dentro de la ilegalidad de las reglas establecidas en la localidad en la que el individuo se desarrolla. Siguiendo con nuestro ejemplo, el charco sería entonces el espacio de la moralidad latente. Aquella que nos permite entender y juzgar sobre lo que puede saberse del individuo, de sus relaciones, sobre su pasado y sus apellidos, además de sojuzgar así lo que se le puede preparar para el futuro. Una perspectiva mayormente detallada de este ejemplo, incluyendo la moralidad del acto, es visualmente el final catártico de El apando (1976) de Felipe Cazals, en donde las vigas atraviesan a cada uno de los protagonistas, quienes en el transcurso del filme se les dictamina un apando temporal debido a las malas conductas que practicaban estando en prisión. Estas vigas entonces representan las trabas que construye el mismo sistema judicial con los presos, el abuso policial y el daño moral que intrínsecamente se desarrolla sobre los cuerpos de los presos y sus familiares. Unos más sumisos que otros, con el fin de cumplir sus penas en tal “reformatorio” de reinserción a la sociedad.


Por otro lado, el autor no permite dejar al azar ningún detalle sobre los suplicios y los castigos de los individuos. Para Foucault, el tratamiento de los suplicios, la creatividad de los crímenes, además de la crueldad en la que son cometidos ambos, refieren a una planeación previa estratégica del sistema. El manejo de estas acciones es dado gracias a la jerarquía de poderes que existen sobre nuestros cuerpos. Una jerarquía especializada que juzga y protege a unos y otros en agitados procesos penales.


La acusación es el inicio del proceso, que tal como en la obra homónima de Franz Kafka con el Sr. K., universaliza a cada uno de los acusados, culpables o inocentes, con la cual, las historias de los jóvenes con Foucault convergen y se empalman en el conocimiento de su acusación. Sin alguna razón, pista o causa conocida por los acusados y una acusación formal dictaminada, el sistema de justicia penetra en su agenda con una cita. En ella, los representantes de la justicia se acercan al acusado antes de haber sido notificado de la imputación que se le atribuye. Foucault, entonces, asimila, que estas formas de citar y recabar las pruebas de la justicia, en conjunto de los testimonios y pistas veraces han sido objeto de varias modificaciones desde el periodo histórico conocido como la Ilustración. Proponiendo el síntoma de la penalidad -como indicio de ventaja o desventaja - de un secreto a voces. Donde los suplicios no han dejado de ser el cuestionamiento con la implementación de medidas “convincentes” para develar la verdad por parte de los acusados -y modernos testigos. Y se ha acompañado por la evolución del desarrollo de las nuevas tecnologías al paso de los años.


La tortura a secas, entonces, evoluciona de un plano psicológico a un plano moral para aderezar el acto en el físico de los acusados. El suplicio, descrito como un empleo de “tiempo”, toma acción, forma y efectividad de acuerdo con la conveniencia de las actuales carpetas de investigación, transformando al secreto antiguo de las acusaciones y testimonios anónimos; como los paquetes de hojas que el Sr. K, en The trial (Welles, 1962) pisa y revuelve en una bodega llena de carpetas de procesos que contenían acusaciones similares a la suya.


Otro espacio para considerar es sobre la humanización de la concepción de los crímenes. La relativa estabilidad de la ley ha cobijado todo un juego de rápidos y sutiles relevos. “Bajo el nombre de crímenes y delitos se siguen juzgando efectivamente objetos jurídicos definidos por el código, pero a la vez, se juzgan pasiones, instintos, anomalías, achaques, inadaptaciones, efectos de medio o de herencia […] “(Foucault, 2009). ¿Cuándo entonces hemos decidido brindarle mayor peso a algún tipo de crimen por sobre otro? Es en este ámbito de la moralidad latente, inscrita en los prejuicios de los actuales encargados de la jurisdicción y el objeto de la ley sobre quieres recae esta duda.


Presos de alma por un cuerpo asimilado como herramienta de uso y manejo para la jerarquía de los representantes de la ley, los individuos se encuentran obligados a deambular sobre las reglas establecidas en esta sociedad. Entre ellas destaca la impotencia de la justicia para hacer justicia por sí misma, es decir, la implementación de distintas materias en torno a la justificación de los actos y veracidad de las pruebas en una investigación. Cosa que en comparación con historias en el tiempo de Damiens, convergían directamente en el conocimiento y ánimo del soberano. Estas materias, en principio las ciencias de la salud han sido objeto de sumo apoyo para la dictaminación de procesos en nuestros días, sin embargo, también es necesario destacar el uso de diversas materias como la Sociología o las Ingenierías, además de la Filosofía; todas con el fin de posicionarnos sobre la mente del delincuente para realizar una repetición de los hechos. El valor que se atribuye a cierto tipo de delitos sobre otros no es de otro objeto que el de establecer una medida estadística.


Sobre las materias recae el término de la justicia, la cual explícitamente cuenta sobre las vivencias y el lugar que toma el acusado dentro del proceso que se lleva a su nombre. Depende de la fisionomía de los individuos y el lugar en el que se encuentra dentro de la jerarquía social la calidad del castigo que se les llevará a cabo, la pena que se le impute o simplemente si se le acuse o no debido al nivel o clase social a la que pertenece. De igual forma, hay que considerar si éste cuenta con alguna enfermedad mental o física.



Es en este punto, en el que, a pesar de las diferencias que puedan tener entre sí los cuerpos de los acusados, el sistema jurídico, “por protección” en los tiempos de Damiens,- encubrimiento o trato igualitario en nuestros tiempos modernos-, se inclina por una deshumanización dentro del proceso en el que son juzgados los acusados. Entonces, durante el juicio y como parte de los derechos de cada uno de los individuos es respetada su “privacidad”, en cuanto ésta no forme parte de las razones por las cuales sea acusado. Sin embargo, lo perverso del proceso, consiste en que el acusado es tratado como algo fuera de lo humano, es considerado como un ente sobrenatural con cuerpo humano que no ha logrado controlar su animalidad e imponer la racionalidad propia con la que Aristóteles bautizó la diferencia entre especies orgánicas en su Política.


Adicionado a ello, la perversidad de las acciones que realice y cómo las realice jugarán un papel fundamental en la crítica ethos del individuo, aún éste sea tratado en calidad de inocente o culpable. La moralidad latente, en este sentido, se visualiza en La cacería (2012), filme de Thomas Vinterberg, en el cual un profesor de una guardería es juzgado por abuso infantil. La calidad del castigo, y la credibilidad de sus actos se manejarán entonces en la incertidumbre tras la investigación de su acusación. El cuerpo de nuestro protagonista se encontrará esclavizado a este nuevo registro con el que se le conocerá: un abusador; de la misma forma en que consistiría el juicio por parricidio de Damiens y sus plegarias al aire. Ejemplos de la deshumanización que realiza nuestro sistema jurídico para juzgar a los integrantes de su sociedad los encontramos a diario en los medios de comunicación audiovisuales. En ellos los delitos de los individuos no se libran de ser criticados únicamente por parte de las instituciones jurídicas, sino también por ellos mismos, ejerciendo y reforzando el término de la moralidad latente. Una bala perdida en el filme de Vinterberg, consiste entonces en la sospecha que inyectan a los individuos sobre la veracidad del sistema de justicia.


¿Qué somos entonces: víctimas o engranes de este sistema penal? El objeto por el cual, el protagonista de La cacería es segregado, confiere directamente al panoptismo. Descrito por el arquitecto Jeremy Bentham a finales del s. XVII como un sistema de construcción circular que aseguraría un control sobre los presos en las prisiones. Este sistema arquitectónico funciona de la siguiente forma: en las cárceles circulares, con una torre con vidrio opaco en el centro, se vigila y castiga a los presos de alrededor. Un guardia, se encontraría dentro de esta torre observando a los presos, recluidos en pequeñas celdas con única vista a la torre de control. Mientras que los presos, sin saber en qué momento se les observaba, debían comportarse antes que recibir sórdidos castigos o aumentar el tiempo de su pena. El objetivo: controlar las acciones de los presos, inyectar la represión o condicionar vigilando a los inquilinos temporales de las celdas. Un sistema especializado de tortura física y psicológica depararía a todo ser humano que entrara en este explícito escenario panóptico.



La teoría Foucaultiana, asciende a reflexionar: ¿Será entonces de verdad que el panoptismo puede ser asimilado únicamente como un sistema aplicado a las cárceles y prisiones del mundo? Alrededor de esta teoría, lo que devela el filósofo francés, es que la creación de nuestra sociedad está organizada en un plano panóptico. Las sillas de los restaurantes, los salones de las escuelas, los campos de trabajo, entre otros. Versátilmente se transforman en un patrón de repetición visual que, a la vez, siempre cuentan con alguien a cargo de supervisar; tal como en las oficinas de The apartment (Wilder, 1960), The trial (Welles, 1962) o Playtime (Tati, 1967), en tomas cenitales podemos apreciar la repetición de los cubículos con nerviosos oficinistas agrupados como en una colmena abierta y a sus supervisores, que observan desde arriba y controlan el trabajo de los individuos. Esta ascensión del panoptismo como un medio de control manejaría al protagonista de La cacería, como un ser vulnerable ante la lucha entre moralidad latente de sus vecinos, representada en hacer justicia por su propia cuenta, y el sistema penal que le asignaría algún castigo.


La razón de la invisibilidad del panoptismo, asimilado fuera de las prisiones, consiste en mantener un control generalizado para reventar en la opresión. Y como premio mayor, no ingresar a prisión. Un escenario explícito, donde el panoptismo puro es el yugo social que predomina. Además, el autor refiere a que del máximo premio, es estar dentro de este sistema de control sin ser castigado. Ser registrado desde el nacimiento hasta la defunción del individuo, su recorrido por diversas instancias de educación, un número de cuenta asignado en un banco, un número de domicilio, un número de celular, su ubicación por medio de los nuevos dispositivos inteligentes e incluso la misma ayuda por parte de éstos para encontrar lo que nos gusta reafirman esta teoría. Todo aquello que consideramos moralmente correcto, tal como no entrar a este sistema panóptico, consistiría entonces, en la mejor de las soluciones para continuar en la represión de este sistema. Aumentar la productividad de los individuos de una sociedad y evitar el desgobierno.


El doble filo del sistema se avista del siguiente modo: hay razones que por las que consideramos una utopía salir del panoptismo y otras por las creemos que nos conviene mantenernos dentro. En Brazil (Gilliam, 1985), Sam Lowry, un joven oficinista decide formar parte de las instancias burocráticas de su ciudad. Una ciudad futurística con tintes Orwellianos que maneja a sus habitantes en una represión constante. De modo que, por el error de una máquina, nuestro protagonista resulta inculpado de un delito de sumo peso que es castigado con la muerte: conspirar y difundir nuevas ideologías a las impulsadas por el gobierno de su ciudad. Entre luces neón y una narrativa onírica, ser vigilados constantemente representa la mejor aspiración que podría tener el ser humano. Con esto, me refiero a que, debido a nuestra constante interacción con estos modos de control y “organización” social, estamos acostumbrados a entender y defender nuestros ideales sobre lo bueno y lo malo; por ende, una lucha ética atraviesa nuestra conciencia. Aceptamos el uso de la vigilancia y la pérdida de lo humanístico por un formato panóptico organizacional. E, incluso, llegamos a defender éste mismo formato de vigilancia porque nos conviene para preservar tanto nuestra vida, como nuestros bienes por la devoradora realidad.

En las cárceles, según el proceso de vigilancia, es recomendable mantenerse controlado. Fuera de ellas, la teoría funciona de igual forma. La presión de la vigilancia confiere al control de las masas. La ventaja que asimilamos dentro es, a sí mismo, la justificación de nuestras acciones. Misma justificación que por los medios de vigilancia, pueden beneficiarnos en cuanto se nos presente una cita con los representantes de la justicia.


Finalmente, a lo que nos orilla este formato organizacional es sobrevolar sobre el autocontrol y gestionamiento de los cuerpos. La biopolítica recae sobre los intereses y necesidades de los individuos, además de considerar al autocontrol como medio latente de la opresión por parte de esta jerarquía social hacia las almas de los cuerpos de los condenados. Esta idea desemboca en la falta de cuestionamiento sobre las causas del desarrollo panóptico en el que se desenvuelven los individuos, además de la impresión filosófica que esta sostiene.


Las cárceles se asimilan finalmente como un castigo latente para su sociedad. El espacio al que nunca se desea entrar debido a que es conocida la tortura y daño psicosocial que generan las actuales carpetas de investigación. Una metáfora del asesinato en público que hierve lentamente sobre el imaginario social. La evolución aceptada de los suplicios con guillotinas y tarimas frente a la multitud recae en el “antiguo” fervor del momento. Al primer brote de sangre o quemadura de las extremidades del cuerpo del acusado, la sociedad aprende que esas no son las maneras de comportarse ante sí. Se busca entonces seguir en una programación tipo stand-by que no produzca daños físicos o psicológicos con el fin de mantenerse al margen con lo ordenado. Al margen de la vigilancia admitida.


El doble filo de la esclavitud civil por este medio puede ser únicamente solucionado a partir de filosofar. Adquirir el conocimiento por medio de un “poder”, en el sentido de abrazar las acciones de nuestro cuerpo. Esto resumiría el renunciar al establecimiento de las relaciones jerárquicas y del saber cultivar la mente por medio de la filosofía. Entonces, con las recomendaciones de obras como Capital Cultural, escuela y espacio social del francés Pierre Bordieu, proponen redireccionar las posibilidades de nuestra existencia sobre el sistema en el que nos desenvolvemos. Aprender del sistema y extraerlo para filosofar. Impulsarnos para levantar, con base en el conocimiento y concientización filosófica, las alas de un traje de ave metálico que nos permiten liberarnos únicamente en la mente.




Bibliografía:

Aristóteles. (2015) Política. Madrid: Alianza Editorial.

Bordieu, P. (2011). Capital cultural, escuela y espacio social. Madrid: Siglo XXI. Editores.

Foucault, M. (2009) Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI. Editores.

Kafka F. (2007) El Proceso. México: Ediciones Akal.


Referencias:

Kaufmann, M. y Vinterberg, T. (2012) La cacería [cinta cinematográfica]. Dinamarca: Zentropa Entretainments.

Macotela, F. y Cazals, F. (1976) El apando [cinta cinematográfica] México: Conacite Uno.

Maurice, B. y Tati, J. (1967) Playtime [cinta cinematográfica]. Francia: Jolly Film

Milchan, A. y Gilliam, T. (1985) Brazil [cinta cinematográfica] Reino Unido. Estados Unidos. Embassy International Pictures.

Salkind, A. y Welles, O. (1962) El Proceso. [cinta cinematográfica]. Francia: Paris- Europa Productions.

Wilder, B. y Wilder, B. (1960) El apartamento [cinta cinematográfica]. Estados Unidos: I. A. L. Diamond.



 

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