The Berlin Bride: Un sueño oscuro surrealista
- Interlatencias
- 4 sept 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 13 ene 2021
Por: Anaidd Villemiére
septiembre 2020

Los tiempos han cambiado y la manera en la que se llevan a cabo los festivales en este momento corresponden a las necesidades actuales. Ha sido el turno del Festival MACABRO 2020 que con motivo de la pandemia que estamos viviendo se ha adaptado a las nuevas normalidades, por lo que pudimos disfrutar de la curaduría de un festival que incluyó largometrajes y cortometrajes de diversas nacionalidades a un clic de distancia por medio de la plataforma FilminLatino.
En el marco del Festival MACABRO 2020 se presentó The Berlin Bride (La novia de Berlín), una producción germano-estadounidense que es el cuarto largometraje de su realizador Michael Barlett. Una obra que evoca la nostalgia en una brillante y curiosa obra surrealista dotada de tintes oscuros que explora las obsesiones humanas, el erotismo, la sexualidad y el deseo en las particulares formas que se presenta. La cinta ha sido concebida de tal manera que vienen a la mente cientos de referencias como las influencias de algunos cineastas checoslovacos, entre ellos: Jan Švankmajer y Jiří Trnka. Con una estética visual vintage marcada de manera onírica e impresionante que rememora a las películas del giallo italiano, claras alusiones a Edgar Allan Poe en una suerte de combinación de sus obras y sus constantes obsesiones y desvaríos que nos transportan a diversos cuentos del dramaturgo, uniéndose a su vez con referencias americanas debido a los marcados espirales que nos recuerdan a Alfred Hitchcock sobretodo en la inolvidable Vértigo, también nos remite a las pinturas de Degas y a Ernst Theodor Amadeus Hoffman, quien se hace presente en las citas iniciales con las que comienza el filme, y por supuesto al cineasta surrealista por excelencia Luis Buñuel.

La cinta situada en Berlín de los años ochenta nos muestra a un recolector de basura (Miklos Koenige) que en un campo nudista descubre a un maniquí femenino que llevará consigo a casa, en su camino se encuentra con una boutique que es atendida por un modisto manco (Henry Akina), donde comprará un vestido con el que empezará a construir una especie de roll que su hallazgo de plástico tomará a su lado, marcando también la primera interacción entre estos dos personajes poco convencionales sobre los que se desarrollara la cinta. El modisto posteriormente encontrará una extremidad extraviada por el recolector, que de una bizarra manera completará parte de sí mismo para su regocijo. Dando origen en los dos sujetos una obsesión y desvarío en el que cada uno a su vez jugará un papel diferente con el siempre intrigante e hipnótico maniquí completando y satisfaciendo sus necesidades, vacíos, fijaciones y perversiones en una especie de triángulo amoroso en el que están atrapados, expuestos ante sus instintos, pasiones y decisiones que tomarán en este relato de fantasía surrealista cargado de erotismo con sutiles toques de humor.
«Quien se atreve a caminar por el reino de los sueños, llega a la verdad... Donde termina el lenguaje comienza la música.»
- E. T. A Hoffmann

La armoniosa música que nos da esa atmósfera retro de ensoñación no es una coincidencia, se coloca como un elemento más en el filme gracias a la preparación que tiene su director en el tema, y la magistral banda sonora de Andrew Poole Todd haciendo que la música cobre una importantísima función ante esta película, con un escaso diálogo volviéndola casi silente, haciendo de la imagen y la música elementos protagonistas con más peso en conjunto con la historia, la obra que gira sobre un maniquí que se vuelve la oscura obcecación de los protagonistas, pero particularmente una mano y la ausencia de ésta como un elemento que toma fuerza y es referenciado constantemente como en la estatua gigante de una mano de hierro que podemos apreciar en la película o las estatuas de la Venus de Milo . Esta sencilla y aparentemente simple extremidad nos brinda algunas escenas que, con el simple movimiento, podemos apreciar la sensualidad y carga de tensión sexual, haciendo del maniquí un objeto del deseo de dos hombres que dejan traslucir sus más carnales y profundas perversiones, fetiches, la exploración sexual, el desasosiego y esa sensación amarga sin respuesta de un amor no correspondido.

El maniquí es conferido como un personaje casi omnipresente que denota la soledad de nuestros personajes y deja ver a su vez sus deseos tal y como lo haría Ernesto de la Cruz en Ensayo de un crimen de Luis Buñuel un hombre obsesionado con la muerte que en algún momento de la trama también empata con un maniquí, o con la película Las manos de Orlac de Greville y en últimas instancias el filme recuerda a Perdí mi cuerpo del francés Jérémy Clapin por la propiedad, naturaleza y protagonismo que es otorgado a una extremidad. Sin lugar a dudas una película poco común a disfrutar. La fotografía de Gerhard Friedrich y Michael Ferry es alucinante posee unos close-ups fantásticos y movimientos de cámara que aportan a la construcción de ese ambiente de sueño y pesadilla que vemos en todo el largometraje. En lo que respecta a los aspectos técnicos es un filme muy bien logrado, lleno de claroscuros y escenas surrealistas que se quedarán flotando en tu mente después de haber finalizado la cinta.

Interlatencias Revista
Comments