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Transit: el tiempo, sus cambios y nosotros.

  • Foto del escritor: Interlatencias
    Interlatencias
  • 25 ago 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 mar 2024

Reseña Interlatente de Abraham Arellano
 

El tiempo es una concepción que el ser humano inventó para marcar un antes y un después en su extenso paso por este mundo; para enmarcar memorias y acontecimientos que se creen importantes. El tiempo no es más que una figura que inventamos para que nuestra existencia se sintiera con un provecho. Al final, nuestra historia solo existirá mientras voces la divulguen.


El cine puede fungir como uno de los tantos soportes que el hombre creó para que la historia se difunda. Fácilmente podríamos pensar en el documental como vehículo de lo verdadero, y la ficción se podría reducir al surgimiento de un mundo imaginario que crea sus propias reglas y hechos. Sin embargo, hay cineastas que llegan a hacer un híbrido de estas dos vertientes; logran sintetizar en la ficción las huellas de la realidad pero bajo un mundo que sirve como lienzo en blanco para que la ideología, historia y relatos coexistan de manera fructuosamente bella. Uno de esos cineastas es Christian Petzold.

A lo largo de su carrera, el germano sintetiza la historia alemana construyendo historias que hablen de la misma sin abrir un discurso directo con el espectador. Ejemplos existen como su Seguridad Interior, donde habla de cómo la sociedad alemana siguió su vida después de la caída del muro de Berlín, o también se podría hablar de Jerichow, que habla del desplazamiento humano surgido de las numerosas disputas bélicas, o en Phoenix, donde se denuncia cómo en la modernidad se tiene que fingir ser otra persona para poder convivir en la sociedad sin temor alguno. No obstante, el filme a tratar en esta ocasión de Petzold es Transit. En ella el director nos sitúa en un tiempo indefinido, en un panorama que bien podría encajar en la actualidad como en los inicios del siglo pasado. El contexto de la trama: hay una ocupación en Francia que obliga a muchos a huir y buscar escapar de ser capturados.

Es bajo este marco que conocemos a Georg, una de las tantas almas que busca escapar del infierno. Esto lo logrará usurpando la identidad de un escritor muerto. Gracias a ello no solo tendrá la posibilidad de escapar, sino también de enamorarse.

En Transit, Petzold echa mano de los horrores de la guerra para hablar del ser humano: conjuga no solo el amor, sino sentimientos universales impregnados en nosotros como lo es la soledad, la tristeza, la angustia y la muerte. Georg, al ser un fugitivo, parece no tener cabida en el mundo siendo él mismo. Tendrá que fingir ser alguien famoso y exitoso para solo así tener la ligera oportunidad de salvarse porque nadie más buscará salvarlo, ¿Quién se preocuparía por un desconocido? Pero no porque Georg tenga la alternativa significa que otros cuenten con la misma suerte: a lo largo del filme, el protagonista cruzará caminos con personas aleatorias que marcarán de una u otra forma su concepción de su presente y futuro: un niño que solo quiere una figura paterna; una mujer que aguarda el retorno de su esposo; una mujer acompañada por sus perros que tiene la huida resuelta, pero no la vida. Todos estos personajes reflejan lo que el protagonista vive: todos son víctimas, en diferente nivel, de la soledad humana. A pesar de tenerse uno a lado del otro, a veces eso no basta y uno simplemente quiere desaparecer sin dejar rastro, o acabar con su dolor de cualquier forma.


De igual manera es ingeniosa la forma en la que se incorpora a un narrador dentro del filme (el barista de un restaurante) ya que, al ser Georg un hombre que asume la identidad de un escritor, es el narrador el que hila el pasado, el presente y el futuro de la cinta como si de un historiador o prosista se tratase; Dicha figura puede ser interpretada también como un ente que conecta el pasado y el presente real: la Segunda Guerra Mundial y todos los conflictos armados que han azotado a la humanidad después de la supuesta calma que supuso el final de unas de las masacres más sanguinarias de la humanidad.

En Transit los silencios matan así como el hombre y la guerra. Es tras esta ausencia de sonidos que conocemos la soledad, no precisamente porque nuestros protagonistas se encuentren siempre alienados, sino porque dentro de ellos el silencio es lo que les quita el sueño, y su único consuelo es escuchar el murmullo de la gente que deambula al igual que ellos buscando una salida del caos, una salida no solo física, sino también mental, pero sus sentimientos, contrario a lo que ellos desearían, son impulsivos no porque lo busquen, sino porque su tiempo se los demanda. Pero si tan solo hubiera paz todo sería diferente, más sereno, más meditado… menos doloroso. Es gracias al infierno vivido que el cielo no se puede materializar en sus vidas. Lo que un beso normalmente puede significar las puertas del paraíso, en su mundo solo significa encarnar el dolor y develar aún más su soledad en el mundo. Porque un beso no significa nada si estás muerto por dentro.


El hoy no es muy distante a lo que los personajes viven en Transit. Si existiera la paz no viviríamos los problemas que acarrean estos tiempos de incertidumbre, estos tiempos que penden de un hilo, o mejor dicho, del ego de los gobernantes, de su búsqueda perpetua de la riqueza a expensas de nosotros. Transit no solo es una película que habla del tránsito entre la segunda guerra mundial y nuestra actualidad, sino que se convierte en un reflejo de los tiempos transitorios que existen en nuestro día a día. Es tan anhelado que este tránsito entre lo llamado bien y mal se acabe, pero, ¿Acaso los que tienen el poder que llegue harán que suceda? Mientras esperamos la respuesta a esta pregunta, todos estamos frente a este semáforo intermitente que marca el rojo y amarillo, nunca el verde por más que parezca, y que nos atasca en un tránsito indefinido entre la guerra y la paz.



 

Interlatencias Revista

agosto 2022

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